“En el infierno Satanás NO GOBERNARÁ, sino que llorará y
crujirá sus dientes por el sufrimiento eterno y también todo el que lo siga”
Mateo
25:41
41. Luego dirá a su vez a los que estén a su izquierda: Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Adversario y sus ángeles.
Término
de origen latino (infernus que significa la parte de abajo) con que se traduce
la voz hebrea Seol, y las griegas Hades, Gehenna y Tártaros (Inmortalidad).
Seol
aparece en el texto hebreo del Antiguo Testamento sesenta y cinco veces. Se
traduce en la RV por «sepulcro», «sepultura», «infierno», «profundo», «sima» y otras palabras. En la LXX (LXX, es una
antigua recopilación en griego koiné de los libros hebreos y arameos del Tanaj
o Biblia hebrea y otros libros) se traduce por Hades, nombre que los
griegos aplicaron primero al rey del mundo invisible y posteriormente al lugar
de los espíritus. El uso de Hades en vez de una transcripción de Seol demuestra
que las dos palabras se consideraban como sinónimos, aunque siempre había una
diferencia: para los griegos, al Hades lo gobernaba un dios independiente de
los dioses del cielo y de la tierra; los hebreos creían que el Seol era parte
del reino de Jehová (Salmos 139:8; Proverbios 15:11).
Los
griegos pensaban que no existía salida del Hades, pero los piadosos hebreos, si
bien contemplaban el Seol con cierto temor, esperaban salir de allí pues creían
en la resurrección del cuerpo (Daniel 12:2; Hechos 26:6–8). Sin embargo, las
ideas hebreas acerca del estado futuro siempre eran vagas; Pablo afirma que fue
el Cristo el que «sacó a luz la vida y la
inmortalidad» (2 Timoteo 1:10).
Hades
aparece once veces en el Nuevo Testamento. El Cristo librará a su Iglesia del
Hades (Mateo 16:18). La doctrina del Nuevo Testamento en cuanto a la morada después
de la muerte difiere mucho de la del Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento
afirma repetidas veces que los espíritus de los muertos redimidos se separan
del cuerpo para estar con el Cristo (Juan 14:2-3; 17:24; 2 Corintios 5:8; Filipenses
1:23).
Para
explicar esta diferencia entre los testamentos, algunos han sostenido que el Cristo
al bajar al Hades (Hechos 2:27, 31) o a «las
partes más bajas de la tierra» (Efesios 4:9), proclamó allí las buenas
nuevas de la redención efectuada en la cruz (1 Pedro 3:18–20, Descenso al
infierno). Habiendo preparado un lugar en la casa de su Padre, «llevó cautiva la cautividad» (Efesios 4:8),
es decir, llevó al mismo cielo los santos redimidos que se hallaban en el
Hades. Estos no habían ido antes al cielo porque si bien habían sido redimidos
mediante el sacrificio de animales según la Ley del Antiguo Testamento, lo
habían sido solo por promesa porque «la
sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados»
(Hebreos 10:4). No hubo salvación completa sino hasta que el Cristo derramó su
propia sangre en la cruz. Desde entonces no hay redimidos en el Hades, sino solamente
injustos en tormento.
Gehenna
aparece unas doce veces en el Nuevo Testamento. Es la transcripción griega de Hinnom,
adoptada por los judíos después de la cautividad, y posteriormente por Jesús,
para designar el lugar de tormento donde serán arrojados las personas
reprobadas y los espíritus malignos. El Señor habla del Gehenna en términos
solemnes y terribles (Mateo 5:22- 29, 30; 10:28; 18:9; 23:15, 33; Lucas 12:5; Santiago
3:6). El Gehenna de los Evangelios y de Santiago se asemeja en mucho al Seol
del Antiguo Testamento (Job 26:6), y parece ser sinónimo del «horno de fuego» de Mateo 13:42; del «lago de fuego» de Apocalipsis 19:20; 20:10,
14, 15 y de la «perdición» de Apocalipsis
17:8-11.
El
«tártaros» que se traduce por
incienso en 2 Pedro 2:4, era el lugar de castigo según la mitología griega.
Bajo
el gobierno de un Dios infinitamente santo, justo, sabio y amoroso, obligado
por su propia naturaleza y por el cuidado que tiene del bienestar de su universo
a expresar su aborrecimiento hacia el pecado, la existencia del infierno es una
necesidad (Romanos 6:23; 2 Tesalonicenses 1:6–11; Apocalipsis 20:11–15). Los
que son castigados en el infierno son criaturas libres, responsables, pecadoras
e impenitentes, que han empleado mal el tiempo de prueba que se les ha
concedido y rechazado la gracia que Dios les ha ofrecido. El gran deseo divino
de librar a los hombres del infierno se manifiesta en la muerte del Cristo y en
las amonestaciones dirigidas a los pecadores en la Biblia. Ninguna exégesis
concienzuda de la Biblia puede hacer caso omiso del infierno.
Las
penas del infierno consistirán en la privación de la presencia y del amor de
Dios, la ausencia de toda felicidad, la perpetuidad del pecado, el
remordimiento de conciencia por las culpas pasadas, la convicción íntima de ser
objeto de la justa ira de Dios, y todos los demás sufrimientos del cuerpo y el
alma que son los resultados naturales del pecado o los castigos estipulados en
la Ley de Dios (Mateo 7:21-23; 22:13; 25:41; 2 Tesalonicenses 1:9). Parece que
el grado de los tormentos se medirá según el grado de la culpa (Mateo 10:15;
23:14; Lucas 12:47-48). Este castigo será eterno, como lo será también la
felicidad en el cielo. La Ira de Dios nunca dejará de existir sobre las almas
perdidas (Mateo 25:46). Nada en todo el universo debe temerse tanto como una
eternidad en el infierno.
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