martes, 10 de noviembre de 2020

MUERTE.

Eclesiastés 9:5.

Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben y no volverán a tener recompensa, pues su memoria ha sido borrada…

Fenómeno universal que marca la terminación de la vida, generalmente muy lamentado. En el orden de la naturaleza, lo experimentan tanto las plantas como los animales. No obstante, los primeros seres humanos, Adán y Eva, no fueron creados para morir, sino con una capacidad que no tenían las plantas ni los animales: debían escoger entre la inmortalidad y la muerte. Todo dependía de su obediencia a Dios (Génesis 2:17). Tanto Adán como Eva desobedecieron al comer del fruto prohibido y murieron (Génesis 3:6). La muerte humana, sin embargo, fue distinta de la de los animales, en que Adán no dejó del todo de existir. Su muerte tenía dimensiones físicas, morales y espirituales, y por causa de su desobediencia la misma clase de muerte pasó a todos sus descendientes y a todo el género humano (Romanos 5:12, Pacto).

La muerte humana no implica dejar de existir; más bien consiste básicamente en una separación. La muerte física es la separación entre lo físico y lo inmaterial, o sea, entre el Cuerpo y el Alma. La muerte espiritual es la separación del ser humano de su Dios.

La muerte física fue resultado del pecado original, pero Adán no perdió la vida el día que comió del fruto prohibido, sino vivió 930 años (Génesis 5:5). Su muerte consistió en dejar de ser inmortal: comenzó a envejecer desde aquel momento y la muerte le fue inevitable. Se supone que si no hubiera desobedecido a Dios, hubiera sido inmortal, tanto física como espiritualmente.

Normalmente la muerte física sigue siendo inevitable para todo ser humano. Sin embargo, ha habido y habrá excepciones. Enoc (Hebreos 11:5) y Elías (2 Reyes 2:1–11) fueron trasladados al cielo sin sufrir la muerte física, y en los últimos días cuando el Señor arrebate a su Iglesia, todos los creyentes que aún vivan en aquel día serán trasladados directamente al cielo (1 Tesalonicenses 4:13–18 Segunda Venida). Por eso Pablo dice: «No todos dormiremos; pero todos seremos transformados» (1 Corintios 15:51). Esto es motivo de gran esperanza y consolación para el pueblo de Dios (1 Tesalonicenses 4:18).

La doctrina de la Resurrección del cuerpo nos indica que la separación del cuerpo y el alma no se consideran como un estado permanente. A su debido tiempo los cuerpos tanto de los creyentes como de los inconversos serán resucitados y unidos nuevamente con sus almas (Juan 5:28-29).

Con todo, la muerte física es poca cosa comparada con la muerte espiritual, o sea, la separación del hombre de su Dios y la consecuente incapacidad moral. Adán representó al género humano en la prueba de obediencia en Edén, y como resultado de su pecado original, todos los hombres vivimos desde entonces en un estado de muerte espiritual (Colosenses 2:13). El evangelio anuncia la manera de pasar de muerte a vida (Juan 5:24) y cómo obtener la vida eterna (Juan 3:16). La fe salvadora en el Cristo vence a la muerte espiritual y quita el temor de la muerte. Pablo considera a la muerte física como una victoria nefasta del mal (1 Corintios 15:55), pero para el creyente Cristo ha anulado esta victoria mediante su propia muerte (Hebreos 2:14). A través de su resurrección ha vencido a este postrer enemigo, es decir, la muerte (1 Corintios 15:25-26). En el último juicio, la muerte misma será lanzada al lago de fuego (Apocalipsis 20:14).

Solamente durante su vida sobre la tierra tiene el hombre libertad de poner su fe en el Cristo y ser librado de la muerte espiritual. La muerte física pone fin a esta oportunidad (Hebreos 9:27). Si en esta vida el hombre no participa por la fe en la victoria del Cristo sobre la muerte, solamente le espera la «segunda muerte», o aquella horrenda separación eterna de su Creador (Apocalipsis 20:15; 21:8).

MUERTE, MORIR.

Mawet, «muerte». Este vocablo se encuentra 150 veces en el Antiguo Testamento. El término mawet aparece a menudo como antónimo de jayyîm («vida»): «Llamo hoy por testigos contra ustedes a los cielos y a la tierra, de que he puesto delante de ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tus descendientes» (Deuteronomio 30:19). Mawet se usa más en lenguaje poético que en los libros históricos: de Job a Proverbios unas 60 veces, entre Josué y Ester 40 veces; pero en los profetas mayores, unas 25 veces.

La «muerte» es el fin natural de la vida humana sobre esta tierra; es una dimensión del castigo de Dios sobre los hombres: «Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, ciertamente morirás» (Génesis 2:17). Por tanto, todos los seres humanos mueren: «Si estos mueren como mueren todos los hombres… entonces Jehová no me ha enviado» (Números 16:29). El Antiguo Testamento usa «muerte» en frases como «el día de mi muerte» (Génesis 27:2) y «año de muerte» (Isaías 6:1); y también usa el término en relación con algún acontecimiento previo (Génesis 27:7-10) o posterior (Génesis 26:18) a la defunción de alguna persona.

La «muerte» puede sobrevenir a cualquiera violentamente o como ajusticiamiento: «Si un hombre ha cometido pecado que merece la muerte, por lo cual se le ha dado la muerte, y le has colgado de un árbol, no quedará su cuerpo en el árbol durante la noche» (Deuteronomio 21:22–23). Saúl se refirió a David como «hijo de muerte» [«reo de muerte» bj] porque tenía la intención de matarlo (1 Samuel 20:31; cf. Proverbios 16:14). Reflexionando sobre una de sus experiencias, David compone un salmo en el que relata su cercanía con la muerte: «Ciertamente me rodearon las olas de la muerte, y los torrentes de la perversidad me atemorizaron. Me rodearon las ligaduras del Seol; me confrontaron los lazos de la muerte» (2 Samuel 22:5–6; cf. Salmos 18:5–6). Isaías predijo que el Siervo Sufriente tendría una muerte violenta: «Se dispuso con los impíos su sepultura, y con los ricos estuvo en su muerte. Aunque nunca hizo violencia, ni hubo engaño en su boca» (Isaías 53:9).

Otra causa de «muerte» puede ser una plaga. En una ciudad asediada, debilitada por pésimas condiciones sanitarias, la población diezmaría. Jeremías se refiere a esta clase de muerte en Egipto y lo atribuye al juicio de Dios (Jeremías 43:11); en este caso se trata de «muerte» por causa de hambre y pestilencia. Lamentaciones describe la situación de Jerusalén antes de su caída frente a los caldeos: «En la calle la espada priva de hijos; en la casa es como la muerte» (Lamentaciones 1:20; cf. también Jeremías 21:8–9).

Finalmente, el vocablo mawet denota el «reino de los muertos» o she’ôl. Este lugar de muerte tiene puertas (Salmos 9:13; 107:18) y cámaras (Proverbios 7:27); el camino de los malos conduce a esta morada (Proverbios 5:5).

Isaías esperaba el fin de la «muerte» cuando se restableciera plenamente el reinado del Señor: «Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho» (Isaías 25:8). Sobre la base de la resurrección de Jesús, Pablo argumenta que el hecho arriba predicho ya ocurrió (1 Corintios 15:54); por otro lado, Juan esperaba con ansias la resurrección cuando Dios va a enjugar toda lágrima (Apocalipsis 21:4).

Temûtah significa «muerte». Encontramos un caso en Salmos 79:11: «Llegue a tu presencia el gemido de los presos. Conforme a la grandeza de tu brazo, preserva a los sentenciados a muerte [lit. ‹hijos de muerte›]» (cf. Salmos 102:20).

Mamôt se refiere también a «muerte». El término aparece en Jeremías 16:4: «De enfermedades dolorosas morirán» (cf. Ez 28.8).

Mût, «morir, matar». Este verbo se encuentra en todas las lenguas semíticas (incluyendo en arameo bíblico) desde los tiempos más tempranos y también en egipcio. Hay unos 850 casos del verbo en hebreo bíblico durante todos los períodos.

En esencia, mût significa «perder la vida». El término se refiere a «muerte» física, tanto de hombres como de animales. En Génesis 5:5 se relata que Adán vivió «novecientos treinta años, y murió». Jacob explica a Esaú que los más tiernos de su ganado podrían «morir» si se les apuraban (Génesis 33:13). En un caso este verbo se usa también para referirse a la cepa de un árbol (Job 14:8). De vez en cuando, mût se aplica metafóricamente a la tierra (Génesis 47:19) o a la sabiduría (Job 12:2). Además, tenemos una expresión única hiperbólica que dice que el corazón de Nabal había «muerto» dentro de él, como una manera de decir que se sentía sobrecogido por un gran temor (1 Samuel 25:37).

En el radical intensivo del verbo, esta raíz se refiere al golpe de gracia que se imparte a alguien que está a punto de «morir». Abimelec, cuando una piedra de molino destrozó su cabeza, pidió a su escudero que lo matara (Jueces 9:54). Es más usual el radical causativo de este verbo que puede significar «causar la muerte» o «matar». Dios «causa muerte» y da vida (Deuteronomio 32:39). Por lo general, en estos casos el sujeto y el predicado de las acciones son personas, aunque hay excepciones como cuando los filisteos personifican el arca del testimonio; quieren deshacerse de él para que no los «mate» (1 Samuel 5:11). Otra excepción: los animales pueden ser causantes de «muerte» (Éxodo 21:29). En fin, el término describe el acto de «matar» en su sentido más amplio, incluso durante conflictos bélicos y al cumplir sentencias de ejecución (Josué 10:26).

Dios sin duda es el árbitro final de la vida y la muerte (Deuteronomio 32:39). Esta idea se destaca con particular claridad en el relato de la creación, donde Dios dice al hombre que de cierto morirá si come de la fruta prohibida (Génesis 2:17: primera mención del vocablo). Al parecer, la muerte no existía antes de esto. En el diálogo entre la serpiente y Eva, esta asocia la desobediencia con la muerte (Génesis 3:3). La serpiente repitió las palabras divinas, contradiciéndolas (Génesis 3:4). Cuando Adán y Eva comieron la fruta, les sobrevino, a ellos y a sus descendientes, la muerte espiritual y física (Romanos 5:12). De inmediato experimentaron la muerte espiritual y como consecuencia sintieron vergüenza e intentaron cubrir su desnudez (Génesis 3:7). El pecado y/o la presencia de muerte espiritual requiere que se cubra, pero la provisión humana no es suficiente; por tanto, Dios ofrece su vestidura con la promesa de redención (Génesis 3:15) y en forma tipológica, les cubrió con pieles de animales (Génesis 3:21).

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