(del
hebreo, satan, que significa enemigo, adversario). Acusador del pueblo escogido
y enemigo de Dios por excelencia. Genéricamente, puede aplicarse a todo
opositor ante un tribunal (Sal 71.13; 109.6; 1 S 29.4), pero como nombre propio
se refiere al • Diablo.
Isaías
14:11-23
“Pues
tu esplendor descendió al Seol y murió tu arpa; debajo de ti será esparcido
polvo y el gusano te cubrirá.” ¡Cómo caíste de los cielos! ¡Laméntate al rayar
el alba! Fuiste derribado a la Tierra, insolente de las naciones. “Dijiste en
tu corazón: Subiré al Cielo; por encima de las estrellas de Dios levantaré mi
trono y me sentaré sobre los altos montes que están en los extremos del norte.
Subiré sobre la altura de las nubes, y seré semejante al Altísimo.” “Pero
ahora, al Seol serás derribado, a lo más profundo del abismo. Todos los que te
vean, te contemplarán a la distancia, y reflexionarán acerca de ti, dirán: ¿Es
este aquel que trataba cruelmente a la Tierra, que hacia estremecer a los
reinos, que asoló la tierra habitada convirtiéndola en un desierto, que derribó
las ciudades y a sus prisioneros nunca libró?” “¡Los reyes de las naciones,
todos ellos, yacen con honra, cada uno en su morada. Pero tú fuiste arrojado de
tu sepulcro como vástago desechado, como ropa de muertos asesinados a espada
que bajan entre las piedras de la fosa, como cadáveres pisoteados.” “No te
alegrarás junto con ellos en el sepulcro, pues has corrompido tu propia tierra
y mataste a tu pueblo; jamás se levantará la simiente maligna.”
Según
el monoteísmo riguroso de la Biblia, este ser sobrehumano fue creado por Dios y
está sujeto a su voluntad soberana. Satanás, por ejemplo, aparece como uno de
los «hijos de Dios» que rinden informes ante el trono, y necesita el permiso
divino para tocar al piadoso Job (Job 1.6–2.7, cf. Lc 22.31). En Zac 3.1ss no
se había desarrollado todavía el concepto pleno de Satanás como un ser maligno,
pero en 1 Cr 21.1 (cf.; 2 S 24.1), donde el sujeto es «Jehová» (Demonios), es
evidente la hostilidad implacable de Satanás. Asimismo, aparentemente Jehová
manda un espíritu mentiroso como instrumento de su voluntad (1 R 22.19ss) que,
sin embargo, pertenece al «ejército del cielo». La noción del acusador no
aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento; pero, ya sea que aparezca como
abogado acusador o como principio demoníaco y destructivo, siempre está dentro
del plan redentor.
En
el período intertestamentario varios conceptos originalmente independientes
fueron combinados con la noción de Satanás: el ángel de la muerte, el principio
del mal, la tentación interna del hombre, • Azazel, el capitán de los demonios,
etc. Se le identifica con la • Serpiente de Gn 3.1ss (cf. Ap 12.9) y por
consiguiente como fuente de la muerte (Sabiduría 2.24). Se le llama • Belial, •
Baal-zebub y Sammael. Es esencial recordar que en estos desarrollos Satanás
sigue como una figura celestial, ya que una «caída del cielo» haría imposible
su obra acusadora. Su identificación como príncipe de los • ángeles caídos
aparece muy tarde y no influye en el Nuevo Testamento, ya que Lc 10.18 describe
una visión profética del Señor Jesús, y los otros pasajes aducidos (Is
14.12–17; Ez 28.11–19; Jud 6; Ap passim) son también de tinte apocalíptico y
describen el triunfo final de Dios.
Los
rabinos asimismo daban poca importancia a Satanás. Solían asociarlo con el
impulso maligno interno del hombre y lo llamaban el tentador (cf. Mt 4.3; 1 Ts
3.5).
Dos
ideas sobresalen en el Nuevo Testamento: la antítesis absoluta entre Dios y
Satanás y la victoria del Reino de Dios sobre él. Satanás es el príncipe o dios
de este mundo que dispone de sus reinos (Jn 12.31; 2 Co 4.4; Lc 4.6) y mantiene
dominio sobre la mayoría de sus habitantes (Mt 6.13). «Guárdanos del maligno»;
Hch 26.18; Col 1.13). Es el fuerte que, armado, vigila sus bienes (Mc 3.27). El
hombre no puede, sin la gracia divina, escapar de su esclavitud. Por tanto, con
el consentimiento humano, la hegemonía de Satanás produce un • Mundo cuyas
obras son malas (1 Jn 3.8; 2.15, 16), y Satanás mismo es padre de todo lo funesto
(Hch 13.10; Jn 6.70; 8.44).
Desde
el nacimiento del Cristo, Satanás hizo todo lo posible por destruirlo y
estorbarle en su ministerio (Mt 2.16; cf. Ap 12.3, 4). La tentación en el
desierto (Mt 4; Lc 4) fue una tentativa satánica de arruinar el ministerio del
Cristo. El hecho de que, después de la tentación, Satanás «se apartó de él por
un tiempo» (Lc 4.13) significa que volvió a tentarle en otras ocasiones (cf.
Heb 2.18; 4.15). El Cristo vino precisamente «para deshacer las obras del
diablo» (1 Jn 3.8; Heb 2.14), y por eso Satanás se opone a toda su obra. Cuando
Pedro protestó por la idea de la muerte de Cristo, este le dijo: «¡Quítate de
delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo» (Mt 16.23). La traición de Judas fue
instigada por Satanás. (Lc 22.3; Jn 13.2, 27).
La
destrucción que Satanás ha efectuado abarca procesos nefastos de toda índole
(Mc 3.23ss; Lc 13.11, 16; 1 Co 5.5; 2 Co 12.7; 1 Ti 1.20) que a menudo son
efectuados por sus súbditos, los demonios. En este sentido Satanás tiene «el
imperio de la muerte» (Heb 2.14 HA). Tras el paganismo están los demonios y, en
fin de cuentas, su capitán (Hch 13.10; 1 Co 10.20). Satanás no deja jamás de
ser el acusador (Ap 12.10). Contra este reino satánico, El Cristo alza el
estandarte de Dios. Él ha atado al fuerte y saqueado sus bienes; por Él el
adversario es echado del Cielo (Ap 12.10–13; Jn 12.31; Lc 10.18). Aun así, a
Satanás le queda algo de tiempo en la tierra (Ap 12.12).
En
los primeros días de la iglesia, Satanás aparece como protagonista hostil (Hch
5.3; Ro 16.20; 1 Co 7.5; 2 Co 2.11, etc.) que arrebata la semilla del evangelio
(Mc 4.15) y siembra otra que es espuria (Mt 13.25). Aunque los cristianos son
salvaguardados de Satanás (2 Ts 3.3) y le han vencido (1 Jn 2.13), se les
exhorta a combatirle con todas sus fuerzas (Ef 6.10ss).
En
los últimos días, Satanás llama al • Anticristo y al falso profeta para que
estos le sirvan (Ap 13.2, 11; 2 Ts 2.9s). Su éxito inicial es evidente, pero la
• Segunda Venida del Cristo resulta en la derrota del triunvirato satánico, y
Satanás es echado en cadenas al • Abismo. Después del • Milenio, queda suelto
brevemente, pero de nuevo Dios lo derrota y finalmente lo arroja al tormento
eterno en el lago de fuego (Ap 20.1–10).
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