lunes, 13 de abril de 2020

SATANÁS


(del hebreo, satan, que significa enemigo, adversario). Acusador del pueblo escogido y enemigo de Dios por excelencia. Genéricamente, puede aplicarse a todo opositor ante un tribunal (Sal 71.13; 109.6; 1 S 29.4), pero como nombre propio se refiere al • Diablo.

Isaías 14:11-23
“Pues tu esplendor descendió al Seol y murió tu arpa; debajo de ti será esparcido polvo y el gusano te cubrirá.” ¡Cómo caíste de los cielos! ¡Laméntate al rayar el alba! Fuiste derribado a la Tierra, insolente de las naciones. “Dijiste en tu corazón: Subiré al Cielo; por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono y me sentaré sobre los altos montes que están en los extremos del norte. Subiré sobre la altura de las nubes, y seré semejante al Altísimo.” “Pero ahora, al Seol serás derribado, a lo más profundo del abismo. Todos los que te vean, te contemplarán a la distancia, y reflexionarán acerca de ti, dirán: ¿Es este aquel que trataba cruelmente a la Tierra, que hacia estremecer a los reinos, que asoló la tierra habitada convirtiéndola en un desierto, que derribó las ciudades y a sus prisioneros nunca libró?” “¡Los reyes de las naciones, todos ellos, yacen con honra, cada uno en su morada. Pero tú fuiste arrojado de tu sepulcro como vástago desechado, como ropa de muertos asesinados a espada que bajan entre las piedras de la fosa, como cadáveres pisoteados.” “No te alegrarás junto con ellos en el sepulcro, pues has corrompido tu propia tierra y mataste a tu pueblo; jamás se levantará la simiente maligna.” 

Según el monoteísmo riguroso de la Biblia, este ser sobrehumano fue creado por Dios y está sujeto a su voluntad soberana. Satanás, por ejemplo, aparece como uno de los «hijos de Dios» que rinden informes ante el trono, y necesita el permiso divino para tocar al piadoso Job (Job 1.6–2.7, cf. Lc 22.31). En Zac 3.1ss no se había desarrollado todavía el concepto pleno de Satanás como un ser maligno, pero en 1 Cr 21.1 (cf.; 2 S 24.1), donde el sujeto es «Jehová» (Demonios), es evidente la hostilidad implacable de Satanás. Asimismo, aparentemente Jehová manda un espíritu mentiroso como instrumento de su voluntad (1 R 22.19ss) que, sin embargo, pertenece al «ejército del cielo». La noción del acusador no aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento; pero, ya sea que aparezca como abogado acusador o como principio demoníaco y destructivo, siempre está dentro del plan redentor.

En el período intertestamentario varios conceptos originalmente independientes fueron combinados con la noción de Satanás: el ángel de la muerte, el principio del mal, la tentación interna del hombre, • Azazel, el capitán de los demonios, etc. Se le identifica con la • Serpiente de Gn 3.1ss (cf. Ap 12.9) y por consiguiente como fuente de la muerte (Sabiduría 2.24). Se le llama • Belial, • Baal-zebub y Sammael. Es esencial recordar que en estos desarrollos Satanás sigue como una figura celestial, ya que una «caída del cielo» haría imposible su obra acusadora. Su identificación como príncipe de los • ángeles caídos aparece muy tarde y no influye en el Nuevo Testamento, ya que Lc 10.18 describe una visión profética del Señor Jesús, y los otros pasajes aducidos (Is 14.12–17; Ez 28.11–19; Jud 6; Ap passim) son también de tinte apocalíptico y describen el triunfo final de Dios.

Los rabinos asimismo daban poca importancia a Satanás. Solían asociarlo con el impulso maligno interno del hombre y lo llamaban el tentador (cf. Mt 4.3; 1 Ts 3.5).

Dos ideas sobresalen en el Nuevo Testamento: la antítesis absoluta entre Dios y Satanás y la victoria del Reino de Dios sobre él. Satanás es el príncipe o dios de este mundo que dispone de sus reinos (Jn 12.31; 2 Co 4.4; Lc 4.6) y mantiene dominio sobre la mayoría de sus habitantes (Mt 6.13). «Guárdanos del maligno»; Hch 26.18; Col 1.13). Es el fuerte que, armado, vigila sus bienes (Mc 3.27). El hombre no puede, sin la gracia divina, escapar de su esclavitud. Por tanto, con el consentimiento humano, la hegemonía de Satanás produce un • Mundo cuyas obras son malas (1 Jn 3.8; 2.15, 16), y Satanás mismo es padre de todo lo funesto (Hch 13.10; Jn 6.70; 8.44).

Desde el nacimiento del Cristo, Satanás hizo todo lo posible por destruirlo y estorbarle en su ministerio (Mt 2.16; cf. Ap 12.3, 4). La tentación en el desierto (Mt 4; Lc 4) fue una tentativa satánica de arruinar el ministerio del Cristo. El hecho de que, después de la tentación, Satanás «se apartó de él por un tiempo» (Lc 4.13) significa que volvió a tentarle en otras ocasiones (cf. Heb 2.18; 4.15). El Cristo vino precisamente «para deshacer las obras del diablo» (1 Jn 3.8; Heb 2.14), y por eso Satanás se opone a toda su obra. Cuando Pedro protestó por la idea de la muerte de Cristo, este le dijo: «¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo» (Mt 16.23). La traición de Judas fue instigada por Satanás. (Lc 22.3; Jn 13.2, 27).

La destrucción que Satanás ha efectuado abarca procesos nefastos de toda índole (Mc 3.23ss; Lc 13.11, 16; 1 Co 5.5; 2 Co 12.7; 1 Ti 1.20) que a menudo son efectuados por sus súbditos, los demonios. En este sentido Satanás tiene «el imperio de la muerte» (Heb 2.14 HA). Tras el paganismo están los demonios y, en fin de cuentas, su capitán (Hch 13.10; 1 Co 10.20). Satanás no deja jamás de ser el acusador (Ap 12.10). Contra este reino satánico, El Cristo alza el estandarte de Dios. Él ha atado al fuerte y saqueado sus bienes; por Él el adversario es echado del Cielo (Ap 12.10–13; Jn 12.31; Lc 10.18). Aun así, a Satanás le queda algo de tiempo en la tierra (Ap 12.12).

En los primeros días de la iglesia, Satanás aparece como protagonista hostil (Hch 5.3; Ro 16.20; 1 Co 7.5; 2 Co 2.11, etc.) que arrebata la semilla del evangelio (Mc 4.15) y siembra otra que es espuria (Mt 13.25). Aunque los cristianos son salvaguardados de Satanás (2 Ts 3.3) y le han vencido (1 Jn 2.13), se les exhorta a combatirle con todas sus fuerzas (Ef 6.10ss).

En los últimos días, Satanás llama al • Anticristo y al falso profeta para que estos le sirvan (Ap 13.2, 11; 2 Ts 2.9s). Su éxito inicial es evidente, pero la • Segunda Venida del Cristo resulta en la derrota del triunvirato satánico, y Satanás es echado en cadenas al • Abismo. Después del • Milenio, queda suelto brevemente, pero de nuevo Dios lo derrota y finalmente lo arroja al tormento eterno en el lago de fuego (Ap 20.1–10).

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