Región
al nordeste de África. Por la variación de sus límites en diferentes épocas, en
ocasiones se ha denominado Egipto solo a la cuenca del Nilo, y a veces a las regiones
áridas que se encuentran al este y al oeste de dicha cuenca, hacia el este
hasta el mar Rojo, y hacia el oeste a una distancia indeterminada cuyas
fronteras con la región de Libia son imprecisas. Como es natural, el límite
norte de Egipto es el Mediterráneo. Al sur, el límite se ha fijado en distintos
lugares, pero por lo general en una de las varias cataratas que forma el Nilo
en su descenso hacia el mar.
El
nombre castellano «Egipto» se deriva del griego, pero se ignora su significado
original. Los egipcios llamaban al país «Kimet», lo cual probablemente quería
decir «negro», refiriéndose al contraste entre la arena roja de la región
circundante y la fértil tierra negra del valle del Nilo. También lo llamaban
«las dos tierras», aludiendo a la unión del Alto y el Bajo Egipto. En el
Antiguo Testamento, al sur del país se le llama Mizraim y Patros. En el Nuevo
Testamento se le da el nombre griego de Aigyptos.
GEOGRAFÍA
Desde
tiempos antiguos un autor llamó a Egipto «don del Nilo». En efecto, toda la
geografía, la economía y la historia del país las han dominado siempre el Nilo.
Este río, que nace en las regiones tropicales de África, corre hacia el norte y
cae en una serie de seis cataratas, hasta llegar al Mediterráneo, a varios
miles de kilómetros de su nacimiento. Los egipcios no conocían las regiones
ecuatoriales del Nilo ni sabían que sus inundaciones periódicas se debían al
carácter periódico y torrencial de las lluvias en la región. Solo sabían que
una vez al año, a principios del verano, el río se desbordaba y que unos tres
meses después sus aguas descendían al nivel acostumbrado. Puesto que a tales
inundaciones se debía la fertilidad del valle, buena parte de la religión del
país giraba en torno al Nilo, según veremos más adelante.
En
sentido estricto, Egipto se extendía desde la desembocadura del río hasta la
primera catarata (tradicionalmente, las cataratas se han contado de norte a
sur, en sentido inverso a la corriente del río). Desde allí hasta la tercera
catarata se hallaba la región de Nubia, en la cual los egipcios tenían
intereses económicos y por tanto la invadieron repetidamente. Más arriba, en
las regiones de la cuarta y quinta catarata, se encontraba Etiopía. Más allá,
desde el punto de vista egipcio, el Nilo se perdía en las penumbras de la
leyenda.
Debido
a las inundaciones del río, Egipto era una franja fértil en medio de una región
desértica. El ancho de esta franja variaba de región en región, según el
alcance normal de las inundaciones del río. Allí donde las colinas a ambos
lados del Nilo se acercaban a este, la zona fértil era estrecha. Donde se
alejaban, había varios kilómetros de tierra cultivable. Cerca de la
desembocadura, en la región del delta, la tierra depositada por el río
alcanzaba unos 200 km de ancho.
A
todo lo largo del país la agricultura fue siempre la principal ocupación de los
egipcios, que se dedicaban en especial al cultivo de cereales. En algunos oasis
que se encontraban más apartados del río se cultivaban uvas. En las regiones pantanosas
se cosechaba el papiro, de enorme importancia como medio de escritura. El Nilo
y sus inundaciones determinaban también el modo y lugar de vida de los
egipcios. A fin de no desperdiciar la tierra cultivable, la población se
congregaba en pequeñas aldeas densamente pobladas y de allí salían a trabajar
en los campos. Por la misma razón las tumbas se construían fuera de la tierra
cultivable, en las regiones del desierto, y esta es una de las causas por las
que han perdurado hasta el día de hoy.
Puesto
que las inundaciones periódicas obligaban a remarcar los linderos, se
desarrolló la ciencia de la geometría. Además, a fin de retener las aguas de la
inundación por mayor tiempo y poderlas emplear de nuevo según fuese necesario,
se construyó toda una serie de canales que obligaron a los egipcios a practicar
la ingeniería.
La
flora del país no era muy rica. Aparte del cultivo de cereales, viñedos y
papiro, el resto de la flora tenía muy poca importancia económica. El país era
particularmente pobre en árboles, de modo que tenían que importar maderas de
otras regiones, sobre todo de Fenicia y Nubia. También se importaba el aceite
de oliva.
La
fauna del país era abundante. En el río había cocodrilos, hipopótamos y peces,
y estos últimos contribuían a la alimentación de la población, la hiena, los
lobos y los antílopes, además de varias clases de aves, muchas de las cuales
eran domesticables. El principal animal doméstico era el ganado vacuno; el
lanar parece haber sido escaso y despreciado (Gn 46.34). El asno se empleaba
como bestia de carga desde los tiempos más remotos y mucho más tarde se
introdujo el camello. Los caballos se desconocían en los primeros años del
desarrollo histórico de la nación, y fue después de la invasión de los hicsos
cuando su uso se propagó aunque no para montarlo, sino para tirar de los carros
de guerra.
HISTORIA
Puesto
que la historia de Egipto abarca unos cinco mil años, solo podemos dar aquí una
breve idea de su desarrollo, destacando los períodos importantes para la
historia bíblica. Tradicionalmente, la historia de Egipto se ha dividido en
treinta dinastías. La primera, fundada por el legendario Menes, data de
alrededor del año 3000 a.C. y marca la unificación del país. El período que va
de la tercera a la sexta dinastías recibe comúnmente el nombre de «Imperio
Antiguo». Dentro de este fue la cuarta dinastía, el período de mayor gloria. En
esta se construyeron las famosas tres grandes pirámides.
Ya
durante la quinta y sexta dinastías comenzó a descentralizarse el poder y los
nobles fueron adquiriendo cada vez más independencia. Esto trajo un «período
intermedio», o de confusión y fragmentación, que duró hasta la duodécima
dinastía. Esta se centraba en la ciudad de Tebas, que anteriormente había
tenido poca importancia en el país. A este período se le llama «Imperio Medio».
Sin embargo, este nuevo resurgimiento no pudo sostenerse, pues pronto el caos
reinó de nuevo en el país y se produjo la invasión de los hicsos.
Lo
que se sabe a ciencia cierta sobre los hicsos es poco. Baste decir que eran de
origen semita, que se establecieron principalmente al norte de Egipto y que no
trataron de conquistar a Tebas, sino que se contentaron con imponerle tributo.
Los hicsos fueron los que introdujeron los caballos y los carros de guerra en Egipto,
además de otros implementos y tácticas militares. Se ha sugerido que fue
durante este período cuando José y los israelitas se trasladaron a Egipto, pues
es posible que los gobernantes semitas estuvieran más dispuestos a dar a José
el alto cargo que llegó a ocupar. Sin embargo, esta hipótesis no está del todo
exenta de dificultades.
Tras
el período de los hicsos, la decimoctava dinastía trajo un despertar que se
conoce como «Imperio Nuevo». Fue entonces, quizás en reacción a la conquista
por parte de fuerzas exteriores, cuando Egipto comenzó a desarrollar una
política imperialista. Esta nueva época de expansión terminó cuando diversas
facciones en Egipto, sobre todo los sacerdotes por una parte y el faraón por
otra, entraron en conflictos de poder. El conflicto llegó a una ruptura total
entre el faraón y los sacerdotes de Tebas, cuya consecuencia fue la
desaparición de la dinastía y del Imperio Asiático que creó. Ese imperio quedó
en parte supeditado al Imperio Nuevo, de origen tebano, que florecía al norte.
Los
documentos egipcios no mencionan el éxodo, y por ello es difícil precisar su
fecha con relación a los gobernantes del país. Pero una inscripción del sucesor
de Ramsés II menciona a Israel e insinúa que se trataba de un pueblo nómada al
este de Egipto. Durante la vigésima dinastía, Egipto volvió a perder sus
posesiones en Palestina. Fue entonces cuando cayó en el período de decadencia
que les permitió a los israelitas las glorias que la Biblia narra entre la
época de Samuel y la caída de Samaria. Durante ese período el faraón más
importante, desde nuestro punto de vista, es Sisac, fundador de la
vigesimosegunda dinastía. Después, una dinastía etíope logró establecerse en el
país, a la que pertenece el faraón Tirhaca. Fue durante el gobierno de esta dinastía,
la vigesimoquinta, que Asiria tomó a Israel e hizo sentir su poderío sobre
Judá, para después invadir el propio Egipto y llegar hasta tomar la ciudad de
Menfis.
Aprovechando
un momento de debilidad asiria, Samético, que pertenecía a una familia poderosa
de origen saíta, estableció la vigesimosexta dinastía. Se produjo entonces un
renacimiento durante el cual Egipto volvió a extender su poderío hasta la
segunda catarata, y trató de restaurar su hegemonía sobre la región de Siria
Palestina. También a esa dinastía pertenecieron Necao y Hofra, faraones que
trataron de restablecer su poderío en Palestina. El resultado neto de las
gestiones de Hofra, tratando de erigirse en campeón del reino de Judá frente a
Babilonia, fue la destrucción de ese reino, la caída de Jerusalén y el
cautiverio en Babilonia.
Sin
embargo, el propio Egipto era ya una nación débil, y a fines del siglo VI a.C.
cayó en poder de los persas que gobernaron, aunque con breves interrupciones
cuando algunos gobernantes nacionales lograban independizarse, hasta que Alejandro
Magno conquistó el país en 332. Este fundó la primera ciudad egipcia junto a la
costa del Mediterráneo: Alejandría. Tras su muerte, Egipto quedó en manos de Tolomeo,
quien fundó una nueva dinastía que logró mantenerse en el poder, con altas y
bajas, hasta que su última reina, Cleopatra, sucumbió ante el avance del
Imperio Romano.
Bajo
los tolomeos, Alejandría llegó a ser uno de los principales centros económicos
y culturales de la cuenca del Mediterráneo, y siguió siéndolo aun después de
incorporarse al Imperio Romano en 30 a.C. Allí vivió Filón y floreció más tarde
una gran escuela de enseñanza cristiana, cuyos principales maestros fueron
Clemente y Orígenes. En el siglo VII d.C., los musulmanes conquistaron a Egipto.
Estos destruyeron lo que quedaba de la pasada gloria de Alejandría.
RELIGIÓN
Para
el egipcio, todo cuanto sucedía era intervención de poderes divinos. Había, por
tanto, dioses de ciudades o lugares específicos, de astros y fenómenos
astronómicos, tales como el sol y la esfera celeste, de animales y plantas, y
también de diversos aspectos de la vida, tales como el amor y la guerra. Estos
dioses no estaban siempre bien definidos, y a menudo se fundían los unos con
los otros. Pero lo importante para los egipcios, especialmente en los primeros
períodos de su historia, era el hecho de que toda la realidad la gobernaban los
dioses. El faraón reinante era el dios Horus, alrededor del cual giraba toda la
vida del país. Después de su muerte, se convertía en el dios Osiris y gozaba de
vida eterna. En algunos períodos, se acostumbraba enterrar junto al faraón a
los sirvientes de este para que le acompañaran y sirvieran en la vida futura.
Con el correr de los años, la religión egipcia fue evolucionando de tal modo que
la inmortalidad estaba al alcance, no solo del faraón, sino de los poderosos de
la tierra.
El
desarrollo de la clase sacerdotal pronto comenzó a limitar el poder absoluto
del faraón. En el siglo XIV a.C., el faraón Amenhotep IV trató de remediar esta
situación enfrentando a los sacerdotes, al tiempo que promulgaba la religión
monoteísta del dios Aton, el disco solar. Amenhotep se cambió el nombre y tomó
el de Ak-en-aton, y además abandonó la capital de Tebas, donde existía una
poderosa casta sacerdotal. Sin embargo, su reforma fracasó y su yerno
Tutankamen se rindió ante el poder de los sacerdotes. A partir de entonces, el
poder de esta clase fue cada vez mayor.
Los
últimos siglos de la independencia de Egipto trajeron períodos desastrosos, en
los que el pueblo perdió mucha de su fe en el dios faraón al mismo tiempo que
los antiguos dioses le resultaron demasiado lejanos para creer en ellos y
adorarlos. De esta manera la religión tomó un giro cada vez más personal y
profundo, que subrayaba la necesidad de una vida justa a fin de lograr la
inmortalidad futura.
El
triunfo del cristianismo en Egipto fue sorprendente. No sabemos cómo llegó allí
la nueva religión, pero el hecho es que ya a mediados del siglo II había en
Alejandría una iglesia lo bastante fuerte como para tener una famosa escuela
catequística. Poco después, los cristianos se contaban en gran número, y en el
siglo V eran casi la totalidad de la población. Tras las conquistas musulmanas,
sin embargo, el número de cristianos disminuyó hasta quedar reducido a una
pequeña minoría.
EGIPTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Debido
a la enorme importancia que tuvo Egipto en todo el desarrollo histórico del
Cercano Oriente, era de esperarse que se mencionara repetidamente en la Biblia.
En la «tabla de las naciones» de Gn 10 se menciona a Mizraim como hijo de Cam
(Gn 10.6). En época de escasez, Abraham recurrió a Egipto en busca de alimentos
(Gn 12.10). Agar, la esclava de Sara, era egipcia (Gn 21.9) y también lo fue la
mujer de Ismael (Gn 21.21). Una narración paralela sobre Isaac afirma que él
también acudió a Egipto en tiempos de escasez (Gn 26.2). La historia de José
narra cómo él, su padre Jacob y toda su familia llegaron a vivir en Egipto, y
también le atribuye a la administración de José la estructura social de Egipto,
según la cual todas las tierras y las personas pertenecían al faraón (Gn
47.13–26).
El
gran acto redentor de Dios en pro de su pueblo en el Antiguo Testamento es el éxodo
o salida de Egipto. A partir de entonces, Egipto aparece a menudo en el Antiguo
Testamento como símbolo de opresión y se alaba frecuentemente al Dios de Israel
como «el que te sacó de la tierra de Egipto».
Salomón
se casó con una princesa egipcia (1 R 3.1). Sin embargo, ya en tiempos de su
hijo Roboam, el faraón Sisac invadió a Judá y el reino quedó sometido a Egipto
(2 Cr 12.1–9). Desde esa fecha, Egipto fue una potencia preponderante en
Palestina y los hebreos unas veces fueron subyugados o aliados y otras
combatieron contra él. Esta situación perduró hasta que el auge del Imperio
Asirio puso fin a la hegemonía de Egipto sobre Palestina, que desde entonces
estaría casi continuamente sujeta a influencias procedentes de Mesopotamia y
Persia.
EGIPTO EN EL NUEVO TESTAMENTO
Tanto
en el Nuevo Testamento, como en el Antiguo Testamento, Egipto es símbolo de
esclavitud, y la salida de allí es señal de la acción redentora de Dios. Así
hacen referencia a él en sus discursos Esteban (Hch 7) y Pablo (Hch 13.17). Lo
mismo se hace en Judas 5. En Ap 11.8 se coloca a Egipto junto a Sodoma como
señal de perdición.
Puesto
que la salida de Egipto es el gran acto redentor de Dios en el Antiguo
Testamento, no es extraño que en el Nuevo Testamento nuestro Señor Jesucristo
se presente en cierto modo como la culminación de Egipto (1 Co 10.1–4; Heb 8).
Esta es quizás la importancia teológica de la huida a Egipto narrada en Mateo
2, pues así el Señor que antaño sacó a Israel de Egipto, viene ahora del propio
Egipto para obrar la redención final del nuevo Israel (Mt 2.14, 15).
No hay comentarios:
Publicar un comentario