¿Recuerda la última vez que se acercó a un atractivo
puesto de exquisitas frutas? ¡Lo más probable es que alguna de ellas le haya
resultado tentadora, si no irresistible! (¿Nunca se ha sentido tentado a hurtar
una o dos uvas de un racimo?) Hay algo maravillosamente incitante en la buena
fruta.
Las tres lecciones que siguen se enfocarán en las
nueve características principales del fruto del Espíritu enumeradas en Gálatas. 5:22-23. Cada uno de los aspectos tiene su propia dinámica relacional;
en otras palabras, el fruto describe cómo podemos cambiar para «no mirar cada uno por lo suyo propio, sino
cada cual también por lo de los otros» (Flp. 2:4). Su cultivo en nuestras vidas contrarresta «las obras de la carne […], inmundicia,
lascivia […], enemistades […], celos […], contiendas […]» (Gl. 5:19, 20).
El fruto, entonces, representa la obra santificadora
del Espíritu en nuestras vidas. Forma parte de nuestro continuo andar con El;
no se trata de un don o una manifestación especial. El término mismo, «fruto», lo indica; el fruto es algo que
crece como resultado de la vida. «Y esto
pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo
conocimiento [… siendo] llenos de frutos de justicia que son por medio de
Jesucristo» (Flp. 1:9-11). Por cierto que las manifestaciones del Espíritu son poderosas; pero
también lo es el fruto porque da testimonio de una vida transformada.
«Estar uno lleno con el Espíritu afecta tanto al
carácter como también a la actividad carismática. Los frutos del Espíritu Santo
han de crecer en todos los aspectos de nuestra vida, en la misma medida que sus
dones se manifiesten a través de nosotros». Descubramos de qué se trata este
fruto que se manifiesta en nueve aspectos, y cómo se desarrolla en nuestras
vidas; luego examinaremos las nueve manifestaciones más importantes del
Espíritu.
En primer lugar, ¿cómo
obtenemos este fruto?
Antes de estudiar específicamente cada uno de los
aspectos del fruto, resulta importante que comprendamos cómo se desarrolla en
nuestras vidas. Con respecto a esto, Pablo hace un interesante comentario en Gálatas. 5:23 cuando dice que «contra tales cosas no hay ley». Con esto tal vez quiso decir que el fruto no puede
ser exigido ni producido legalmente. ¡El árbol no da fruto debido a una ley del Congreso! Es el
resultado de nuestra vida divina en Cristo. Veamos lo que dice el Nuevo
Testamento al respecto.
Lea cuidadosamente Juan 15:1–11 y responda lo siguiente:
1. ¿Qué prerrequisito es necesario en
nuestras vidas para que el fruto comience a desarrollarse? (v. 3)
2. ¿Qué acción de nuestra parte es
absolutamente esencial para su desarrollo? (vv. 4, 5)
3. ¿Qué elemento decisivo forma parte del
proceso de cultivo del fruto que el Padre hace en nuestras vidas? (v. 2)
4. ¿Cuál es la voluntad del Padre con
relación al fruto en nuestra vida? (v. 8)
El fruto del Espíritu se desarrolla, entonces, sólo
cuando permanecemos en asociación íntima con Jesucristo. Alentados por el hecho
de que Jesús habrá de permanecer junto a nosotros (v. 4) se nos invita a permanecer en estrecha unión con El. Esto por sí solo nos permitirá llevar «mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (v. 5).
Colosenses 3:10 nos indica que nos «revistamos del nuevo
hombre». ¿Qué se nos dice después acerca de este nuevo hombre que ayuda a comprender
mejor el desarrollo del fruto de Dios en nuestras vidas?
¿Qué significa bíblicamente «permanecer»? ¿Es un verbo
activo o pasivo? ¿Se manifiesta de algún modo práctico este «permanecer»? La
palabra griega básica que se traduce como «permanecer» (meno) da la idea de
estar en cierto lugar con una persona, seguir firme o especialmente cerca de
alguien. El modelo es el propio Señor Jesús y el Espíritu Santo que descendió «del cielo como paloma, y permaneció [meno]
sobre Él» (Jn. 1:32). Reflexione sobre los siguientes versículos y escriba lo que observa en cada uno de ellos
para tener una comprensión más plena de lo que significa «permanecer en Cristo».
Juan 6.56
1 Juan 2.6–11
1 Juan 2.17
Lo que el mundo necesita
ahora es amor
Aunque esta frase se popularizó, y en cierta medida se
trivializó a través de una canción «pop» a fines de los años sesenta, no por
ello deja de ser verdad. El mundo sí que necesita amor, el amor de Dios. Pablo
comienza su lista de nueve puntos con el «amor» — ágape en griego—.
Que es la actitud especial de Dios que lo lleva a
actuar con benevolencia; precisamente la cualidad que desea ver perfeccionarse
en sus hijos; la columna central sobre la que se edifica la vida cristiana. La
clara importancia que tiene el «amor» en la Biblia se advierte en el hecho de
que «Dios es amor» (1Jn 4.8), que «de tal manera amó Dios al mundo que ha dado
a su Hijo unigénito» (Jn 3.16), y que «el mayor de ellos es el
amor» (1 Co 13.13).
Lea los siguientes pasajes para ver qué más podemos
aprender acerca del amor.
Lucas 6.27
Colosenses 3.14
1 Pedro 4.8
1 Juan 3.18
Riqueza
literaria
Amor, ágape. Una palabra a la que el cristianismo le
dio un nuevo significado. Fuera del NT, raramente se usa en los manuscritos
griegos existentes de la época. Ágape denota una invencible benevolencia y una
irreductible buena voluntad, que siempre busca el bien de la otra persona, no
importa lo que ésta haga. Es el amor sacrificial que da libremente sin pedir
nada a cambio y no se para a considerar el valor de su objeto. Ágape […] tiene
que ver con voluntad más que con la emoción. Ágape describe el amor
incondicional de Dios por el mundo.
Hay otras dos palabras principales en el griego koine
para designar el «amor»: eros y philos. La primera se usa para el amor pasional
que desea al otro para sí y busca transportarse más allá de la racionalidad, a
menudo hasta la embriaguez. La palabra «erótico» proviene de ella. Philos es la
inclinación hacia algo, o el amor solícito de los dioses a los hombres, o de
los amigos hacia sus amigos, aunque en ciertas ocasiones, en el Nuevo
Testamento, se empaña la distinción entre ágape y philos. Por ejemplo, Juan a veces usa philos y ágape indistintamente para describir el amor de Dios
por Jesús (Jn 3.35; 5.20) y por sus hijos (Jn 3.16; 16.27).
Como obra el amor (Flm 7).
De nuevo a 1Corintios. 13.
En la última lección examinamos cuatro de las
dieciséis características del amor que se enumeran en 1Corintios 13.4–8. Volvamos allá y ocupémonos de las demás.
1. «El amor es sufrido» y, además, «es benigno» (v. 4). Lo estudiaremos en la lección siguiente, bajo el cuarto y quinto aspectos del
fruto del Espíritu, la paciencia y la benignidad.
2. «El amor no tiene envidia» (v. 4). La idea aquí es no actuar motivados por la rivalidad o la
competencia. De acuerdo a Hechos 17.1–9, ¿qué puede suceder si prevalece la envidia?
3. «El amor […] no se irrita» (vv. 4, 5). El objetivo aquí es impedir que los demás nos inciten fácilmente a la ira. Según Hechos 15.36–41, Pablo y Bernabé se provocaron mutuamente en cierta ocasión. ¿Cuál fue el resultado?
4. «El amor […] no guarda rencor» (vv. 4, 5). No debemos llevar un registro de las ofensas que
alguien haya hecho a otro. ¿Cómo nos ilustra esto Jesús en Lucas 23.34?
5. El amor […] no se goza de la injusticia, mas se
goza de la verdad» (vv. 4, 6). Debemos situarnos moralmente al lado del evangelio,
y rehusamos a sentir satisfacción por algún tipo de maldad (cf. Ro 12.9). De acuerdo a Romanos 12.14–21, ¿cuáles son algunas de las maneras en que podemos
practicar esta verdad?
6. «El amor […] todo lo sufre […] todo lo soporta»
(vv. 4, 7). Puede sobrellevar cualquier cosa en cualquier
circunstancia. Lea 1 Corintios 4.8–13 y observe cómo opera esto en la vida de Pablo.
7. «El amor […] todo lo cree, todo lo espera» (vv. 4, 7). Nunca deja de creer en la misericordia de Dios
obrando en la vida y en las circunstancias. Esta misma verdad se les enseñó en
detalle a los creyentes en Romanos 8.31–39. ¿Qué podemos aprender allí sobre creer en la misericordia de Dios obrando en
nuestras vidas?
8. «El amor nunca deja de ser» (v. 8). Véase el comentario bajo el título: ¿Estamos entendiendo?» En la lección 3.
¡He perdido mi gozo! ¿Lo
ha encontrado alguien?
Buena parte del gozo que experimentamos en esta vida
parece ser transitorio, dura muy poco. Y sin embargo, Jesús dice: «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo
esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido» (Jn. 15.11). Veamos de qué se trata este gozo perdurable.
Gozo, chara. En el Nuevo Testamento “chara” aparece
sólo en relación con el Señor Jesucristo (Ro. 5.11). Es la seguridad de que somos miembros de la familia
de Dios, sin importar qué cosas positivas o negativas nos ofrezca la vida (Lc. 10.17–20; Ro 8.38, 39). Está íntimamente asociado con la esperanza, que es la
confiada certeza de que en última instancia Dios está en control y que algún día vindicará todos los males con el regreso de Jesucristo (Ti. 2.13).
¿Qué otras virtudes asocia Pablo con el gozo de Colosenses 1.11?
¿Qué papel desempeñó el gozo en la crucifixión de
Jesús? (Heb. 12.2)
¿Qué es lo que fortalece el gozo? (Stg. 1.2)
¿Qué es la única cosa que proporciona «gozo inefable»
(1 P 1.8)?
¿Cuál es una de las maneras en que este seguro
fundamento del gozo logra expresarse? (2Co. 8.2)
El gozo, entonces, es ese creciente tomar conciencia
de que nuestras vidas están escondidas en Cristo y de que podemos ser guiados
por el Espíritu a través de cualquier cosa. Podrán venir aflicciones, pruebas,
presiones o frustraciones, pero ellas no podrán destruirnos; de modo que
experimentamos gozo. Podremos sufrir genuinamente (2Co. 1.8), podremos llorar (Jn 11.33–35), podremos ser tentados (Heb. 2.18), podremos no entender por qué Dios permite que algo nos ocurra (Stg. 1.2–5); pero nada de esto hace que perdamos la perspectiva
divina en nuestra vida. Incluso, podemos proyectarnos más allá de nuestras propias circunstancias durante períodos
de dificultad y ocuparnos de las necesidades de otros. «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,
esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Ro 8.28). Este es el gozo bíblico.
Anhelo de paz
El corazón humano anhela paz; Jesús la promete (Jn. 14.27), y el Espíritu Santo anhela desarrollarla. Nuestra «paz» posicional «para con Dios» (Ro. 5.1) introduce la posibilidad de «la paz de Dios[… que guarda nuestros] corazones y [nuestros]
pensamientos en Cristo Jesús» (Flp 4.11). Veamos lo que esto implica.
Paz, eirene. Compare «irénico» (conciliador) e
«Irene». Un estado de reposo, quietud y calma; una ausencia de lucha;
tranquilidad. El término generalmente denota un bienestar perfecto. Eirene
incluye relaciones armoniosas entre Dios y los seres humanos, entre las
personas, naciones y familias. Jesús, como el Príncipe de Paz, da paz a
aquellos que le invocan en busca de salvación personal.
¿Qué provee Dios para que haya paz en nuestras vidas?
(Col. 1.20)
¿Qué debemos amar en verdad con el fin de experimentar
una paz abundante? (Sal. 119.165)
Lea los siguientes pasajes de las Escrituras y observe
dónde quiere Dios que haya paz:
Romanos 12.18
1Corintios 7.15
1Corintios 14.33
¿Qué ordena Pablo en cuanto a la paz en Romanos 14.19?
¿Qué promete Jesús a quienes luchan por la paz? (Mt. 5.9)
La paz, entonces, tiene que ver con la integridad
personal y con las buenas relaciones. Es la seguridad interior de que por haber
sido puestos en la debida relación con Dios, por la gracia y por medio de la fe
en Cristo Jesús, tenemos acceso a sus poderes para que lleguen a todas las
áreas de nuestra vida. De allí que Hebreos 13.20, 21 diga: «Y el Dios de paz[…] os haga aptos en toda buena obra para que hagáis su voluntad», de modo que las relaciones y las circunstancias de
la vida reflejen los propósitos de Dios más que los de nuestras egoístas
intenciones.
El eirene del Nuevo Testamento tiene sus raíces en el
término shalom del Antiguo, que a su vez tiene su significado original en la
idea del «bienestar» en general: salud, riqueza, éxito y seguridad. Aunque todavía se debate el grado en el que algunas de las características de shalom abarcan parte de una vida
neotestamentaria de eirene, una cosa es lingüísticamente indiscutible: los escritores del Nuevo
Testamento heredaron un sentido judío básico de eirene; hacemos bien al
recordar esto cuando estudiamos el Nuevo Testamento.
Fe viva
¿Qué le dice todo esto? ¿Puede definir claramente cómo
se desarrolla el fruto del Espíritu? ¿Puede usted fijar como meta de oración a
dos personas a quienes quiera amar (a quienes desea mostrar una benevolencia
infatigable y una buena voluntad a toda prueba) más efectivamente? ¿Puede
identificar algo que le esté robando el gozo (la seguridad de que su vida está
escondida en Cristo, y de que el Espíritu puede guiarlo en cualquier
situación)? ¿Qué piensa hacer para solucionar esto? ¿Diría que su vida se
caracteriza mayormente por la paz (total integridad personal y relaciones
beneficiosas) o por el caos? Considere estas cuestiones con seriedad y
preséntelas en oración con frecuencia y con especial atención durante al menos
todo el mes siguiente.
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