Juan 3:16.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que hasta dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna,…
Dios
entiende nuestro problema y sabe que no podemos hacer nada para resolverlo. Porque
Dios nos ama, Él envió a su propio Hijo, Jesucristo, a la tierra, para ser un
puente sobre el abismo del pecado que nos separa de Dios.
Por qué Jesús puede ser un puente entre Dios y nosotros.
Nunca
ha existido alguien como Jesús. Para comenzar, Jesús no fue concebido en el
vientre de su madre de manera natural. Él fue concebido de manera sobrenatural
en el vientre de una joven mujer virgen llamada Mariam. Por su concepción
sobrenatural, Jesús, quien es Dios, también se hizo completamente humano.
Aunque
Jesús es Dios, Él eligió poner a un lado los privilegios de su divinidad y
vivió en la tierra como un hombre. Describiendo el sacrificio que el Cristo
hizo al hacerse hombre, la Biblia dice que Jesús: “sino que despojándose a sí mismo, tomó la
semejanza de un siervo, y fue semejante a los hombres, y hallándose en la
semejanza de hombre, se humilló a sí mismo, siendo obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz,” (Filipenses 2:7-8.). es muy importante notar que
Jesús no dejó de ser Dios cuando vino a la tierra. Él sólo puso a un lado sus
privilegios divinos y caminó sobre la tierra como un hombre. Al hacer esto,
pudo experimentar, personalmente, la escala de las emociones humanas desde la
alegría hasta la profunda tristeza. Él supo lo que era estar cansado, con frío
y hambriento.
Aún
más, Él vino a esta tierra con un objetivo claro en mente: ser un puente entre
Dios y nosotros.
Cuando
los israelitas del Antiguo Testamento pecaban, tenían que enviar al sumo
sacerdote al templo para ofrecer el sacrificio de un animal como pago para el perdón
de los pecados. En un sentido simbólico, esta era una manera de echar los
pecados de una persona sobre el animal, el cual tomaba el lugar de la persona
culpable. La Biblia nos enseña que: “porque conforme a la ley todo es purificado con sangre, y sin
derramamiento de sangre no hay perdón” (Hebreos 9:22).
Los
sacrificios rituales de los israelitas en el Antiguo Testamento demostraban lo
que Jesús haría cuando viniera a la tierra. Él cargó los pecados del mundo
cuando fue crucificado hace aproximadamente 2000 años.
Muchas
profecías del Antiguo Testamento anunciaron no sólo su nacimiento y su vida,
sino también su muerte, incluyendo la manera en que moriría.
Jesús
sabía desde el principio que había venido expresamente a morir por los pecados
de la humanidad. Él también sabía que ese sacrificio sería en una cruz romana.
Él comenzó su última jornada hacia la cruz del Calvario en un lugar llamado
Cesarea de Filipo, y muchas veces habló de su muerte con sus discípulos. La
Escritura dice: “21.
Desde ese momento empezó Jesús a declarar a sus discípulos que habría de ir a
Jerusalén, y padecer mucho de parte de los ancianos, de los principales
sacerdotes y de los escribas, y que se le daría muerte, pero al tercer día
resucitaría” (Mateo 16:21).
Fue arrestado bajo falsas acusaciones después de que Judas Iscariote, uno de sus discípulos, lo traicionó. Pero no fue un accidente. Si la humanidad iba a estar en contacto con Dios, si la barrera que los separaba iba a ser removida, algo drástico tenía que suceder. Figuradamente, Jesús se sujetó de un Dios Santo con una mano, y con la otra sostuvo al pecaminoso género humano. Mientras sus manos estaban siendo martilladas en la cruz con duros clavos, ¡Él anuló la separación!
Sin
embargo, no debemos olvidar que tres días después de su crucifixión, ¡Jesús se levantó de
los muertos! Si es cierto que “un
buen hombre cae pero vuelve a levantarse”, entonces es aún más cierto que
la tumba no podía contener a un “Dios hombre”.
Segunda
parte. Continuará…
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