viernes, 4 de septiembre de 2020

ISRAEL POSTBIBLICA.



HISTORIA.

BAJO ROMA Y BIZANCIO.

Durante la vida de Jesús y los apóstoles, palestina estuvo anexada a la provincia romana (Roma, Imperio) pusieron a Palestina en manos de procuradores, pero la injusticia y rapacidad de éstos, unida al fanatismo de los (zelotes siriacos) y al estado de exaltación mesiánica, provocaron una franca rebelión contra Roma. Al estallar la violencia, en los años 67 y 68 d.C., el emperador Nerón encargó al general Vespasiano dominar la situación y erradicar el nacionalismo judío. Vespasiano comenzó las operaciones militares pero, una vez elegido emperador (año 69), encomendó la tarea a su hijo Tito, quien en 70 culminó la conquista del país con la toma y arrasamiento de Jerusalén, la destrucción de la vida nacional de los judíos y su dispersión por todo el mundo entonces conocido.

El país conquistado se convirtió en la provincia romana de Judea, gobernada por un legado senatorial residente de Siria. Las ciudades y los pueblos fueron reconquistados lentamente y la vida comercial e intelectual recomenzó mientras en Jerusalén la legión X Fretensis mantenía la Pax Romana. En Jamnia, localidad vecina a Gaza, desde el año 68 d.C., y con permiso del emperador Vespasiano, funcionaba una academia de doctores y escribas judíos, fundada por Rabí y Yojanán Ben Zakai, la cual trabajó ininterrumpidamente hasta el 425, cuando fue suprimida por el emperador Teodosio II. Disuelto el Sanedrín desde el año 70 d.C., la academia de Jamnia constituyo durante tres siglos y medio la máxima autoridad del judaísmo; su labor fundamental fue la definición que la definición de cuáles libro se consideraban autoritativos (CANON, AT), y la recopilación de la tradición que se fijó en la Misna y en el –Talmud, roca espiritual del judaísmo posterior.

A partir del año 116 d.C., se sucedieron numerosos levantamientos contra el poder imperial en las comunidades judías mediterráneas, especialmente en Alejandría, Cirene  Chipre, y éstos encontraron eco en Palestina. Un decreto del paganísimo emperador Adriano prohibió la circuncisión de todo el imperio, y provocó una insurrección palestina capitaneada por el héroe judío Bar-Kojba (hijo de la estrella; compare Números 24:17), aceptado como mesías por el rabí Aquiba, el gran doctor talmúdico. El nuevo levantamiento judío duró del 132 al 135 y fue cruelmente sofocado por Adriano, quien después de masacrar al pueblo hebreo y de arrasar nuevamente a Jerusalén, la hizo reedificar con el nombre de Aelia Capitolina y prohibió a los judíos residir en ella. En el lugar del antiguo Templo se edificó un templo a Júpiter capitolino y, sobre el sepulcro identificado como el de Jesús, otro templo a Venus. Hasta el nombre de Judea proscrito. El país quedó semidesierto y durante siglos predominaron en Jerusalén y en toda Palestina las poblaciones romanas, griegas, sirias o cualquier otra menos la judía.

Con la conversión al cristianismo del emperador Constantino, Palestina se fortaleció religiosamente. Santa Helena, madre del emperador, visitó en 326 los lugares tradicionalmente asociados con la vida de Jesucristo e hizo construir suntuosas basílicas en muchos de ellos. Por aquella época las peregrinaciones de cristianos a la Tierra Santa se multiplicaron. Tal situación se eclipsó bajo Juliano el Apóstata, anticristiano que incluso ordenó la reconstrucción del templo de Jerusalén (obra inconclusa desde sus fases iniciales) para desmentir la profecía del Cristo sobre la destrucción del templo (Lc 9: 43).

En el reparto del imperio Romano en 395, a la muerte de Teodosio, Palestina tocó al imperio de Oriente (Bizancio). Se intensificaron las peregrinaciones y se difundió ampliamente el monarquismo cristiano en su territorio. El emperador Justiniano embelleció y restauró las basílicas cristianas.

PERÍODO PERSA.

En el año 614 el rey persa Cosroes II, en lucha contra los bizantinos, se apoderó de Palestina ayudado por los judíos locales, adversos al cristianismo. Los persas devastaron al país y destruyeron o dañaron las edificaciones cristianas. Pero su poder fue fugaz: el emperador bizantino Heraclio, en sus campañas de 628 y 629, liberó el Imperio de Oriente de los invasores y conquistó Palestina. Tal situación fue también efímera, pues un nuevo poder nacía en Oriente.

BAJO LOS ÁRABES.

En el año 635 Palestina sucumbió ante la avasalladora política imperialista de los árabes mahometanos, que un siglo más tarde gobernarían desde Córdoba hasta el río Indo. En 637 el califa Omar tomó a Jerusalén con la aquiescencia de los naturales, tanto judíos como cristianos, que hartos del yugo bizantino esperaban un mejor trato de los nuevos amos. La toma de Jerusalén, cuyo asedio duró dos años, sólo pudo realizarse luego de un acuerdo entre Omar y el Patriarca Sofronio, en el que se garantizaban las vidas y bienes de los palestinos así como su libertad de culto.

Jerusalén, ciudad santa para los musulmanes debido al fantástico viaje nocturno de Mahoma (Corán XVII, 1), dependía directamente del califa. En el área del antiguo templo se edificaron dos mezquitas sacratísimas para los creyentes mahometanos, la llamada “de Omar” (el Domo de la Roca) y la del El-aksa, cuya ubicación impide, aun en nuestros días, la reedificación del templo.

El dominio árabe en Palestina fue pacífico durante unos tres siglos; la libertad religiosa fue respetada tanto para cristianos como para judíos, continuaban las peregrinaciones cristianas y los lugares santos fueron reconstruidos. Con la irrupción de los fatimitas de Egipto (929), el país fue sumido en guerras y persecuciones que se prolongarían tres siglos. Palestina fue ocupada y dominada por los califas de el Cairo (969), quienes alternaban entre períodos de tolerancia y épocas destructivas de persecución.

LOS TURCOS SELEÚCIDAS.

La situación se agravó con la ocupación del país (1017-1076) por parte de los turcos seleúcidas, fanáticos recién convertidos al islamismo.

Sus violencias y crueldades motivaron la reacción de la cristiandad medieval y condujeron a las Cruzadas.

UN PARÉNTESIS EN EL REINO LATINO DE JERUSALÉN (1099-1187).

Enormes ejércitos de cristianos se reunieron al llamado de los papas y desorganizadamente se lanzaron a la empresa de conquistar la Tierra Santa. Tras un intento abortivo en la primera cruzada, Jerusalén fue sitiada y tomada por el ejército cruzado en 1099; durante cuatro días los cristianos realizaron una horrible masacre de árabes y judíos, al punto de dejar la ciudad santa sin un solo habitante judío por mucho tiempo. Los franceses fundamentalmente, constituyeron una monarquía feudal de corte europeo enclavado en pleno mundo musulmán. Se sucedieron tres monarcas principales, pero el reino cayó en 1187, en la batalla d Hattin, perdida frente al sultán Saladino en El Cairo.

NUEVAMENTE LOS ÁRABES.

Saladino, en efecto, se había proclamado sultán independiente de Egipto desde 1174; predicó la guerra santa contra los infieles cristianos y reconquistó poco a poco el país, hasta tomar Jerusalén  (1187). La guerra entre los caballeros cruzados y los árabes unidos a los turcos culminaron con la victoria de los aliados musulmanes en 1291. Palestina gozó de una casi completa paz externa durante los dos siglos y medio que fue gobernada que fue gobernada por los musulmanes mamelucos de Egipto, pero esta vez se vio turbada en 1400 con la caída de Damasco en manos de los mongoles y la subsiguiente invasión de Palestina la más terrible que haya conocido el país. Internamente, los cristianos fueron duramente tratados durante este período; no así los judíos quienes, a raíz de las persecuciones de que eran objeto en Europa, pudieron emigrar de Francia, Inglaterra y España, y construir libremente sus sinagogas.

EL IMPERIO OTOMANO.   

En 1517 el sultán turco otomano Selim I conquistó a Egipto y al mismo tiempo se adueñó de Palestina, Siria e Irak. La estúpida y cruel Pax Turca – uno de los sistemas imperiales más deplorables que ha conocido Occidente – sumió al país en un profundo atraso durante cuatro siglos (1517-1917) de dominio otomano.

En 1799 Napoleón, quien había conquistado a Egipto, partió de allí con ánimo de conquistar Palestina; se apoderó de Jaifa y se enfrentó al ejército turco en la batalla del monte Tabor, pero se retiró sin lograr su fin. De 1832 a 1840 la Pax Turca se interrumpió en Palestina cuando el gobernador de Egipto Mohamed Ali la ocupó, en rebeldía con su señor el Sultán otomano.         

      La aventura terminó con la intervención de las potencias europeas (Inglaterra, Prusia, Austria, Francia y Rusia), quienes para proteger sus intereses constriñeron a Mohamed a devolver lo ocupado a Turquí. El Sultán, a raíz del incidente, otorgo ciertas concesiones en suelo palestino a los países europeos y estos abrieron consulados en diversas ciudades y se declararon preceptores de las comunidades cristianas nativas, católicas, protestantes u ortodoxas.

         EL SIONISMO.

         La explosión del antisemitismo en Europa, especialmente en Rusia, origino dentro del pueblo judío un fuerte movimiento de regreso a la tierra de Israel. Desde 1885 se había fundado el movimiento “Amor a Sion”, y en 1897 el visionario del estado judío, Teodoro Herzl, fundó la Organización Sionista Mundial en el primer congreso sionista celebrado en Basilea. La corriente migratoria judía tomó cuerpo; en 1850 no había en toda Palestina sino unos 12.000 judíos; hacia 1882 ya había 35000. Las aldeas agrícolas comenzaron a multiplicarse; renació la vieja lengua hebrea y se fundó en Jerusalén la Universidad Hebrea. Al estallar la primera guerra mundial en 1914, la comunidad judía de Palestina sumaba 85.000 almas, esta guerra modificó la situación del país, pues Turquía (la potencia ocupante), en su calidad de aliada de Pursia, hizo de Palestina su centro de operaciones contra Egipto, ocupado éste por los ingleses. Las guerras árabes animadas por el Coronel Lawrence (Laurence de Arabia) desalojaron a los otomanos de amplios territorios; entre otros, de la región siro-palestina, que quedó en mano de los ingleses a partir de 1917.

         EL MANDATO BRITÁNICO.

         El 2 de noviembre de 1917 el gobierno Británico formuló la Declaración de Balfour, en la que expresaba su simpatía por las aspiraciones sionistas y se comprometía a apoyar la creación en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío. El mandato sobre Palestina, que la Liga de Naciones confió a los ingleses (1922), incorporó la declaración de Balfour y admitió explícitamente los fundamentos para la reconstrucción de un estado judío en palestina. Bajo la égida de la Organización Sionista (creación de Herzl) y de la remozada agencia judía, el retorno del pueblo y la reconstrucción del nuevo estado adquirieron un ritmo acelerado; el pueblo judío retornó a la agricultura y la ganadería y se multiplicaron los nuevos centros de población. Pero la administración Británica, requerida por sus intereses en los territorios árabes, fue obstruyendo cada vez más estos esfuerzos y dificultó la inmigración judía. El surgimiento del nazismo en Alemania, y la consiguiente masacre de seis millones de judíos europeos, tornaron más apremiante la restauración de la independencia judía.

         En Palestina, la población hebrea organizó diversos métodos de resistencia contra el ocupante inglés. El resultado de una mayor tensión y constantes choques entre la administración mandataria y la comunidad judía (el Ishuv). En 1947 Gran Bretaña planteó la cuestión de Palestina en dos estados independientes, judíos y árabes, ligados por un encuentro económico con Jerusalén bajo control internacional. El 29 de noviembre de ese año la Asamblea General de la ONU aprobó la recomendación por amplia mayoría y el Ishuv se lanzó entonces a la empresa de preparar la independencia de un estado que contaría con sólo 20.000 Km2 de territorio, y que debería inaugurarse el 15 de mayo de 1948, fecha de finalización del mandato británico.

ISRAEL.

En la noche del 14 de Mayo de 1948, David Ben Gurión, en su calidad de jefe de consejo provisional del estado, leyó en Tel Aviv la declaración de independencia, por medio de la cual se fundaba el estado de Israel. Pocas horas después, los ejércitos de Egipto, Jordania, Siria, Líbano, e Irak acompañados por un contingente de Arabia Saudita, invadieron el país, e Israel se vio abocado a una guerra de independencia que se prolongó por siete meses. El armisticio de 1949 fue efímero y la tensión armada que se produjo con los países árabes, que se negaban y aun se niegan a reconocer el derecho de existencia del estado de Israel, ha producido desde entonces innumerables actos de sabotaje, asaltos y muertes, incluyendo dos nuevas guerras, la del Sinaí (1956) y la llamada “de los seis días” (Junio de 1967), con sendas victorias para Israel. Las fronteras de 1949, establecidas en las líneas cese de fuego, han sido considerablemente ampliadas y hoy Israel ocupa, entre otros territorios, la península de Sinaí, los montes de Golán y la parte vieja de la ciudad de Jerusalén, estas dos últimas antiguas posesiones jordanas.

Israel es en la actualidad, pese al virtual estado de guerra, un país próspero y moderno, que ofrece el espectáculo de una nación que aun a milenios de historia y de tradición con los recursos de la más avanzada técnica. Cuenta con una población de más de tres millones de habitantes y con importantes centros de enseñanza y de investigación, incluyendo los laboratorios atómicos de Dimona. Su economía es fuerte y sus leyes garantizan la tolerancia religiosa y un amplio marco de libertades, dentro de un estado de corte socializante. Pero la situación política externa es incierta, como es de esperar de un país que solo ha podido sobrevivir a fuerza de devolver golpe por golpe. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario