martes, 13 de febrero de 2018

GLORIA AL VERDADERO REY


ARAMEO., Íshu M´shija, que se traduce Jesús el Ungido. En idioma griego es Iesous Christos. Íshu se deriva de Yehoshua que significa Yahweh salva. El nombre del Señor Jesucristo en idioma arameo es Íshu M´shija.    
ARAMEO., M´shija, que se puede traducir ungido, consagrado para un oficio. El Señor Jesucristo es el ungido, el consagrado por Dios a fin de redimir a la raza humana mediante su sacrificio. En idioma griego es Christos, y en idioma hebreo Mashíah, que ha derivado al español como Mesías.
ARAMEO., Carozota d´Matal, que se traduce el Mensaje o la Predicación de Mateo. Atribuido tradicionalmente al apóstol Mateo (Leví) el publicano. Escrito alrededor del 65 d. C.


 “Jacob engendró a José, el esposo de María, de quien nació JESÚS, llamado el Cristo. Por tanto todas las generaciones desde Abraham hasta David fueron catorce generaciones; y desde David hasta el cautiverio en Babilonia, catorce generaciones; y desde el cautiverio en Babilonia hasta el Cristo, catorce generaciones”.
Mateo 1:16-17



CRISTO REVELADO.

Este Evangelio presenta a Jesús como la realización de todas las esperanzas y expectativas mesiánicas. Mateo estructura sus relatos cuidadosamente para demostrar que con Jesús se cumplen determinadas profecías. Por lo tanto, satura su Evangelio tanto con citas como con alusiones al Antiguo Testamento, introduciendo muchas de ellas por medio de la fórmula «para que se cumpla».
En el Evangelio, Jesús se refiere a menudo a sí mismo como el Hijo del Hombre, una velada referencia a su condición de Mesías (véase Dn 7.13, 14). El término permitía a Jesús, no sólo evitar los malos entendidos comunes que suscitaban los títulos mesiánicos más populares, sino que le capacitaba para interpretar, tanto su misión redentora (17.12, 22; 20.28; 26.24), como su regreso en gloria (13.41; 16.27; 19.28; 24.30, 44; 26.64).
La utilización por Mateo del título «Hijo de Dios» destaca claramente la deidad de Jesús (véanse 1.23; 2.15; 3.17; 16.16). Como el Hijo, Jesús tiene una relación directa e inmediata con el Padre (11.27).
Mateo presenta a Jesús como el Señor y Maestro de la Iglesia, la nueva comunidad, que está llamada a vivir según la nueva ética del reino de los cielos. Jesús declara a la Iglesia como su instrumento selecto para la realización de los propósitos de Dios sobre la tierra (16.18; 18.15–20).
El Evangelio de Mateo puede haber servido como manual de enseñanza para la iglesia de ese entonces, incluyendo la asombrosa Gran Comisión orientada a todo el mundo (28.12–20), con su garantía de la presencia viva de Jesús.

REINADO Y CONFLICTO.

La sucesión a un trono es con frecuencia un tiempo de conflicto e incertidumbre. Absalón, el hijo de David, trató de usurpar el trono (2 S 15.1-18.18). La elección del sucesor de Salomón significó la pérdida de más de la mitad del reino en manos de un traidor (1 R 12.20). Manahem asesinó a su antecesor en Israel (2 R 15.14). La realeza es un asunto peligroso.

Esto no es menos cierto cuando el heredero es el Rey de reyes. Si alguna vez hubo una sucesión de alto riesgo, fue esta. Un Hombre afirma ser el Mesías de Israel; por supuesto todo Israel se sorprende y toma nota. Como es natural, Él debe probar sus credenciales porque, ¿quién quiere un impostor? El libro de Mateo presenta las credenciales de Jesús. Presenta a Jesús como el Rey, pero Rey de un reino completamente diferente: el Reino de los cielos.

El Evangelio de Mateo tiene muchos matices judíos. Por ejemplo, la expresión reino de los cielos aparece treinta y tres veces y el término Reino de Dios cinco veces. Ningún otro Evangelio pone tal énfasis en el Reino; la restauración de la gloria del reinado de David era la esperanza ardiente de muchos judíos de la época. Mateo identifica claramente a Jesús con esa esperanza al usar el título real: «Hijo de David» nueve veces en su Evangelio. Además, llama a Jerusalén: «ciudad santa» (4.5; 27.53) y «ciudad del gran Rey» (5.35), formas exclusivamente judías de referirse a ella. Los judíos del primer siglo enfatizaban la justicia y Mateo usa las palabras justo y justicia con más frecuencia que los Evangelios de Marcos, Lucas y Juan combinados.

Además, Mateo discute temas como la Ley, la purificación ceremonial, el reposo, el Templo, David, el Mesías, el cumplimiento de las profecías del AT y Moisés desde un punto de vista judío. Contiene cincuenta y tres citas del AT y más de setenta alusiones a las Escrituras hebreas. En trece ocasiones el libro resalta que las acciones de Jesús eran un cumplimiento directo de profecías del AT. La genealogía del primer capítulo es reconociblemente judía, y remonta el linaje de Jesús a través de David hasta Abraham, el padre del pueblo judío. Además, el Evangelio menciona a los reyes judíos (2.1, 22; 14.1) y costumbres tales como el lavamiento ceremonial (15.2) sin ninguna explicación, lo que indica que Mateo esperaba que su audiencia predominantemente judía estuviera familiarizada con tales prácticas.

El Evangelio de Mateo cumple varios objetivos más allá de la presentación de una biografía de Jesús. Uno de los propósitos es probar a los lectores judíos que Jesús es su Mesías y Rey prometido. La genealogía del capítulo 1 señala a Cristo como el heredero de las promesas divinas hechas a David de una dinastía eterna. El uso de un conocido salmo mesiánico en Mateo 22.41-44 por parte de Jesús daba a entender claramente a cualquier judío que Él era el heredero del trono de David. Aun cuando muchos judíos del tiempo de Jesús estaban ciegos respecto a la identidad de Jesús, los gentiles (como los magos) lo identificaron como el Rey prometido de Israel cuando era un bebé. Finalmente, el título que colgaron en la cruz sobre la cabeza de Jesús destaca con claridad su realeza: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS (27.37). Pero lo más importante, el libro de Mateo prueba la autoridad legítima de Jesús al destacar sus sabias enseñanzas y su vida justa (7.28, 29).

Otro propósito del libro es bosquejar las características del Reino de Dios, tanto para Israel como para la Iglesia. Los judíos ortodoxos normalmente se burlarían ante cualquier afirmación de que Jesús era su Mesías. Su respuesta sería: «Si Jesús es el Rey, ¿dónde está la restauración prometida del reino de Israel?» Muchos judíos del tiempo de Jesús lo rechazaron como Mesías, aun cuando Él y Juan el Bautista predicaron sin cesar que «el reino de los cielos se ha acercado» (3.2; 4.17; 10.7). Este rechazo a Jesús por parte de los judíos es un tema predominante en Mateo (11.12-24; 12.28-45; 21.33-22.14). Debido a este rechazo, Dios pospuso el cumplimiento de sus promesas a Israel y extendió sus bendiciones tanto a los judíos como a los gentiles en la iglesia.

Mateo es el único evangelista que habla directamente de la iglesia (16.18; 18.17). Señala la composición gentil de esta iglesia al incluir varias historias de la fe de los gentiles en Jesús: los magos, el centurión y la mujer cananea, son algunos. Mateo registra la predicción de Jesús de que este evangelio será predicado a todas las naciones (24.14) y la comisión a sus seguidores de «haced discípulos a todas las naciones» (28.19). Las enseñanzas de Jesús apuntaban a las bendiciones del Reino extendidas a los gentiles. Pero un día, Israel será restaurado a su lugar de bendición (Ro 11.25-27; 15.8, 9).

Un último propósito de Mateo es instruir a la Iglesia. Un indicio obvio de esto se encuentra en la Gran Comisión: «enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (28.20). El proceso de hacer discípulos incluye aprender de las palabras de Cristo, y el Evangelio de Mateo gira en torno a cinco discursos de Jesús (5.1-7.28; 10.5-11.1; 13.3-53; 18.2-19.1; 24.4-26.1). En lugar de enfatizar una narración de la vida de Jesús como hace Marcos, Mateo usa el elemento narrativo en su Evangelio como escenario para los sermones de Jesús.

Este Evangelio no nombra a su autor pero sí contiene algunas claves. El autor conocía la geografía de Palestina (2.1; 8.5; 20.29; 26.6). Estaba familiarizado con la historia judía, las costumbres, ideas y clases de personas. (1.18, 19; 2.1; 14.1; 26.3; 27.2). Conocía bien el AT (1.2-16, 22, 23; 2.6; 4.14-16; 12.17-21; 13.35; 21.4; 27.9). Y la terminología del libro sugiere que el autor era un judío de Palestina (2.20; 4.5; 5.35; 10.6; 15.24; 17.24-27; 18.17; 27.53).

Otros detalles apuntan específicamente a Mateo, el discípulo de Jesús, como el autor del Evangelio. Como publicano, Mateo sabía leer y escribir y estaba familiarizado con el método de llevar los registros de dinero. En conformidad con esto, este Evangelio contiene más referencias a dinero que cualquiera de los otros. Además, la ciudad de Mateo era Capernaum, una aldea a la que se presta especial atención en este Evangelio. Es común que las veces que se menciona a Capernaum se agregue alguna descripción especial (4.13; 11.23).

Mateo escribió su Evangelio antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. Describe a Jerusalén como la «ciudad santa» por lo tanto, todavía estaba en pie (4.5; 27.53), y habla de las costumbres de los judíos como que siguen «hasta el día de hoy» (27.8; 28.15). Además, cuando Mateo escribe las palabras de Jesús que anuncian la destrucción de Jerusalén (narradas en 24.2) no incluye ningún indicio que ya hubiera ocurrido. A la luz de todo esto, es razonable concluir que el libro fue escrito en algún momento entre los años 50 y 60 d.C.
El nombre Jesús significa «Jehová es salvación». El texto hebreo de Isaías 7.14 utiliza una palabra que denota una joven casadera; mientras que la traducción griega del mismo versículo emplea sin vacilaciones la palabra virgen. Cualquiera que sea su significado histórico, Mateo ve cumplida la profecía de Isaías con el nacimiento de Jesús de la virgen María. Aquí el nombre Emanuel proclama la presencia de Dios en medio de su pueblo de una manera completamente nueva. El texto indica que María y José iniciaron sus relaciones maritales normales después del nacimiento de Jesús.
Los magos eran astrólogos del oriente, pero no en el sentido de la astrología moderna. Su visita sirve para destacar la identidad real de Jesús (v. 11), reafirmar que el Mesías procedía de la ciudad de Belén (v. 6), y puntualizar la adoración y la fe de los gentiles (v. 8), en contraste con la hostilidad judía (v. 3).
Su estrella hemos visto en el oriente: Como estudiosos y conocedores de las estrellas, los magos observaron un fenómeno inexplicable en los cielos, que de alguna manera interpretaron como una señal del nacimiento del Rey de los judíos. La referencia del v. 1 al «rey Herodes» («Herodes el Grande») haría su visita anterior al año 4 a.C., cuando éste murió y fue sucedido por su hijo Arquelao (v. 22). Mateo utiliza constantemente el verbo adorar (le) para describir con propiedad la actitud y la postura asumida por la gente delante de Jesús (vv. 8, 11; 8.2; 9.18; 14.33).
El nacimiento de Jesús cumplía con las profecías de Miqueas 5.2 y 2 Samuel 5.2, que vinculan al Mesías con la familia de David (1.6).

Los viajes relacionados con el nacimiento de Jesús.



La profecía se cumple tanto cuando José y María viajaron a Belén (Miq 5.2), obedeciendo el decreto imperial (Lc 2.1-5), como cuando fueron a Egipto (Os 11.1), siguiendo la orden del ángel (Mt 2.13).

El cristianismo es Cristo. Muchas de las religiones del mundo creen en un Dios único. Casi todas creen que la humanidad tiene problemas y que necesita salvarse de alguna manera. Y la mayoría cree que nos espera al menos un juicio, un juicio basado en lo que hacemos durante nuestro peregrinaje en la tierra. Pero sólo el cristianismo enseña que Jesucristo es la llave que abre todas las puertas principales de nuestra vida pasada, presente y futura. Sólo el cristianismo considera a Jesús como el único mediador entre Dios y los hombres. Sólo el cristianismo ve a Jesús como la única esperanza verdadera de salvación… una salvación basada en la gracia y la misericordia por medio de la fe, no en el esfuerzo propio, ni en la educación, ni en el control de la información, ni en la modificación de la conducta, ni en la comunidad, ni en cualquier otro bien menor.


¿Por qué es así? ¿Por qué es que el cristianismo adopta una actitud tan intransigente en cuanto al papel central de Jesucristo? Porque Jesucristo es Dios encarnado. Este hombre, que nació en Belén, y María y José lo criaron en Nazaret, es además plenamente Dios. Mientras los brazos de María lo acunaban cuando era bebé, El sustentaba la existencia del universo entero. Mientras se alimentaba del pecho de María, mandaba la valiosa lluvia por toda la tierra. Mientras aprendía al lado de José el oficio de carpintero, los ángeles lo adoraban y alababan. Este hombre que comía, se cansaba, que llegó a frustrarse, a manifestar su enojo, que sudaba, sufría, lloraba, era incomprendido y rechazado —este hombre que al mismo tiempo era la Deidad- y no necesitaba nada, mantenía el control sobre todas las cosas, era todopoderoso, omnisciente, amaba a plenitud y era perfecto en todo sentido. Él es el Dios-Hombre.

Todo lo que pertenece a la humanidad, con excepción del pecado, le pertenece a Él. Completo Dios y, sin embargo, completo hombre. Sólo el cristianismo afirma esta verdad acerca de Jesús. Esto es tan central que si el cristianismo estuviera equivocado en cuanto a Jesús, sería falso. El cristianismo es Cristo. Sin Él, el cristianismo no tiene nada extraordinario que decir, nada especial para dar, ninguna esperanza que ofrecer, ningún perdón para prometer, ninguna salvación que asegurar, ningún Hijo, ni Espíritu, ni Padre, ni nada.

Juan, el autor humano del cuarto Evangelio, sabía muy bien este hecho. De modo que en el prólogo a su Evangelio, compuesto por los primeros dieciocho versículos, expone los hechos básicos acerca de Jesús: quién es, lo que es, por qué vino a la tierra y por qué deberíamos escucharlo y no darle la espalda. Los hechos que se presentan son sobrecogedores, revolucionarios, conmueven el alma. Pero más que eso, pueden generar vida, al menos para los que tienen oídos para oír y voluntad para obedecer.

JESÚS

iesous es una transliteración del nombre heb. «Josué», significando «Jehová es salvación»; esto es, «es el Salvador»; era un nombre común entre los judíos (p.ej., Éx 17.9; Lc 3.29; Col 4.11). Fue dado al Hijo de Dios en la encarnación como su nombre personal, en obediencia a la orden dada por un ángel a José, el marido de su madre, María, poco antes de que Él naciera (Mt 1.21). Es con este nombre que se le designa generalmente en las narraciones evangélicas, pero no sin excepciones, como en Mc 16.19; Lc 7.13, y una docena más de pasajes en este Evangelio, y en unos pocos lugares en el de Juan.

«‹Jesucristo› aparece solo en Mt 1.1.18; 16.21, Mc 1.1; Jn 1.17; 17.3. En Hechos se halla frecuentemente el nombre ‹Jesús›. ‹Señor Jesús› se usa normalmente, como en Hch 8.16; 19.5,17; véase también los relatos de las palabras pronunciadas por Esteban (7.59), por Ananías (9.17), y por Pablo (16.31); aunque tanto Pedro (10.36), como Pablo (16.18), usaron también ‹Jesucristo›.

»En las epístolas de Santiago, Pedro, Juan y Judas, el nombre personal no se encuentra solo ni una sola vez, pero sí en Apocalipsis, donde se encuentra ocho veces (v. 1.9; 12.17; 14.12; 17.6; 19.10, dos veces; 20.4; 22.16). En la rvr se exceptúan los dos primeros pasajes, donde aparece el nombre compuesto ‹Jesucristo›.

»En las Epístolas de Pablo, ‹Jesús› aparece solo únicamente trece veces, y en Hebreos ocho veces; en esta última, el título ‹Señor› se añade solo una vez (13.20). En las Epístolas de Santiago, Pedro, Juan y Judas, hombres que acompañaron al Señor en los días de su carne, ‹Jesucristo› es el orden invariable (en la versión moderna) del nombre y título, porque este fue el orden de su experiencia; lo conocieron primero como ‹Jesús›, llegando a aprender, finalmente, en su resurrección, que Él era el Mesías. Pero Pablo llegó a conocerlo por primera vez en la gloria celestial (Hch 9.1-6), y siendo así su experiencia la inversa de la de los otros, se halla frecuentemente el orden inverso, ‹Cristo Jesús›, en sus epístolas, pero, exceptuando Hch 24.24, no aparece en ningún otro lugar de la versión moderna.

»En las cartas de Pablo, el orden siempre está en armonía con el contexto. Así, ‹Cristo Jesús› describe al Excelso que se humilló a sí mismo (Flp 2.5), y da testimonio de su pre-existencia; ‹Jesucristo› describe al Menospreciado y Rechazado que fue después glorificado (Flp 2.11), y da testimonio de su resurrección. ‹Cristo Jesús› sugiere su gracia; ‹Jesucristo› sugiere su gloria»

LAS ORDENES FINALES DE JESÚS.

En la tradición bíblica, Dios a menudo se había revelado en montañas, especialmente en las narraciones acerca de Moisés. (Mt. 28:16) algunos de los que ven la aparición de Jesús tienen dudas, quizás porque no encaja en las expectativas corrientes del tiempo del fin: todos los muertos resucitaran juntos, no el Mesías primero.

(Mt. 28:18) Aquí Jesús alude a Daniel 7:13, 14 (Mt. 28:19, 20) “Hacer discípulos” era la clase de cosas que los rabinos hacían, pero los seguidores de Jesús deben hacer discípulos para Jesús, no para sí mismos. La manera de hacer discípulos es así: (1) Bautizándolos. Debido a que el bautismo era un acto de conversión (usado para los gentiles que se convertían al judaísmo), significa iniciar a las personas en la fe. (2) Enseñándoles los mandamientos de Jesús registrados en Mateo. Los rabinos hacían discípulos enseñándoles (que también puede traducirse como “gentiles” o “paganos”). Pero solamente unos pocos convertidos llegaban a estudiar con rabinos, de modo que la idea de hacer de los gentiles discípulos completos, seguidores de Jesús que aprenderían de Él y le servirían, va más allá de esta tradición judía. Isaías sería un testigo a (o contra) las naciones en el tiempo del fin (p. ej., 42:6; 43:10; 44:8).

La literatura judía solamente llamaba omnipresente a Dios; la afirmación de Jesús en cuanto a que estaría siempre con ellos, unida a la mención de su nombre junto con el del Padre en el bautismo (los judíos no bautizaban en el nombre de personas) constituye una proclamación de su deidad. 

ENCOMIENDA DADA EXCLUSIVAMENTE A LOS QUE SON DISCIPULOS
     Entonces los once discípulos fueron a Galilea, al monte que JESÚS les había señalado para reunirse. Y al verlo, lo adoraron, pero algunos de ellos dudaban. Acercándose JESÚS, hablo con ellos, y les dijo:

TODA AUTORIDAD ME HA SIDO DADA SOBRE LOS CIELOS Y SOBRE LA TIERRA Y TAL COMO MI PADRE ME HA ENVIADO, TAMBIÉN YO LOS ENVÍO A USTEDES. POR TANTO, VALLAN Y HAGAN DISCÍPULOS EN TODAS LAS NACIONES, Y BAUTÍCENLOS EN EL NOMBRE DEL PADRE DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO, Y ENSEÑENLES QUE GUARDEN TODO LO QUE LES HE ORDENADO. HE AQUÍ, YO ESTOY CON USTEDES TODOS LOS DÍAS, HASTA EL FIN DEL MUNDO. AMEN.
(Mateo. 28:16-20)

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