Puesto que Jesús nos perdonó completamente, él quiere que sigamos su ejemplo y perdonemos a otros. Como dicen las escrituras: «Por el contrario, sean amables unos con otros, sean de buen corazón, y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes por medio de Cristo» (Efesios 4:32) 32Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 5:1) 1Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados.
Nos da importantes características sobre el perdón que debemos dar a otros.
1. El perdón viene primero de Dios. Nuestro perdón a otros está basado en el perdón que Dios nos extendió a nosotros (Marcos 11:25) 25Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.
Como el versículo 25 de este pasaje indica, una actitud de falta de perdón puede estorbar nuestra vida de oración.
En este versículo, Jesús nos dice que el perdón de Dios depende de que tú perdones a otros. La aceptación de Dios y su perdón dependen completamente de lo que Jesús hizo por ti en la cruz. Él está afirmando que si has sido perdonado, tú – más que todos los demás- debes estar dispuesto a perdonar a otros. Al mismo tiempo, si no estás dispuesto a hacerlo, uno puede preguntarse si realmente conoces algo acerca del perdón de Dios.
No permita que la falta de perdón te robe el gozo de la vida. Perdona a otros así como Cristo te perdona a ti.
2. El perdón no conoce límites. Para un cristiano, ningún error es muy grande o muy pequeño para no ser perdonado.
(Mateo 18:21-35) 21Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? 22Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
23Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. 24Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. 25A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. 26Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. 27El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. 28Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. 29Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. 30Más él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. 31Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. 32Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. 33¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? 34Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. 35Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
Los líderes religiosos de esos días enseñaban que el que había sido ofendido debía perdonar dos o tres veces, ¡a lo sumo! Pedro, juntando toda la compasión que pudo, le pregunto a Jesús si perdonar hasta siete veces era suficiente. Imaginemos el impacto que recibió Pedro cuando Jesús le dijo que tenía que perdonar no solo siete veces, sino hasta setenta veces siete o 490 veces.
¿Esto significa que si una persona ofendió 491 veces no hay que perdonarlo más? ¡Por supuesto que no! Más bien, Jesús estaba enseñando que no hay límite en el número de veces que debemos perdonar a los demás. Más adelante Jesús relata la historia de un hombre a quien se le perdonó una gran deuda que tenía (Quizá unos diez millones de dólares), pero no era capaz de perdonar a otro una deuda mucho menor (Quizá unos dos mil dólares).el mensaje de Jesús es que nosotros, como pecadores, hemos sido perdonados en gran manera; no importa cuánto daño nos hayan causado. Ellos nos deben poco en comparación con lo que nosotros le debemos a Dios.
3. El perdón no es selectivo. No podemos elegir perdonar a unas personas y a otras no.
(Mateo 5:43-48) 43Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. 46Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.
Como lo dijo un comentarista bíblico: «Devolver mal por bien, es diabólico; devolver bien por bien, es humano; devolver bien por mal es divino». Aunque no somos divinos, no tenemos la libertad de escoger a quién vamos a perdonar y a quién no. Esto significa que no sólo debemos perdonar a nuestros enemigos, sino también amarlo.
Amar a nuestros enemigos no es algo que se produce fácil o naturalmente. De hecho, si esperamos que de repente nos invada un sentimiento de amor, eso no sucederá. Debemos empezar a orar por nuestros enemigos incluso antes de que nazca un sentimiento de amor hacia ellos. Sin la ayuda del Espíritu Santo es absolutamente imposible hacerlo. Si tu sientes que fallas en la obra de perdonar, cobra ánimo. La Biblia está llena de ejemplos de esa habilidad divina de perdonar, la cual puede venir sólo por la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas:
· El espíritu de Dios capacitó a Abraham para darle la mejor parte de la tierra a su sobrino y compañero de viaje, Lot.
(Génesis 13:1-12). 1Subió, pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, él y su mujer, con todo lo que tenía, y con él Lot. 2Y Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro. 3Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el, hasta el lugar donde había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai, 4al lugar del altar que había hecho allí antes; e invocó allí Abram el nombre de Jehová.
5También Lot, que andaba con Abram, tenía ovejas, vacas y tiendas. 6Y la tierra no era suficiente para que habitasen juntos, pues sus posesiones eran muchas, y no podían morar en un mismo lugar. 7Y hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot; y el cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra. 8Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. 9¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda. 10Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra. 11Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro. 12Abram acampó en la tierra de Canaán, en tanto que Lot habitó en las ciudades de la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma.
· El Espíritu de Dios le dio a José la habilidad de abrazar y besar a sus hermanos que lo habían vendido como esclavo.
(Génesis 45:1-15). 1No podía ya José contenerse delante de todos los que estaban al lado suyo, y clamó: Haced salir de mi presencia a todos. Y no quedó nadie con él, al darse a conocer José a sus hermanos. 2Entonces se dio a llorar a gritos; y oyeron los egipcios, y oyó también la casa de Faraón. 3Y dijo José a sus hermanos: Yo soy José; ¿vive aún mi padre? Y sus hermanos no pudieron responderle, porque estaban turbados delante de él.
4Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. 5Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros. 6Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los cuales ni habrá arada ni siega. 7Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. 8Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón y por señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto. 9Daos prisa, id a mi padre y decidle: Así dice tu hijo José: Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí, no te detengas. 10Habitarás en la tierra de Gosén, y estarás cerca de mí, tú y tus hijos, y los hijos de tus hijos, tus ganados y tus vacas, y todo lo que tienes. 11Y allí te alimentaré, pues aún quedan cinco años de hambre, para que no perezcas de pobreza tú y tu casa, y todo lo que tienes. 12He aquí, vuestros ojos ven, y los ojos de mi hermano Benjamín, que mi boca os habla. 13Haréis, pues, saber a mi padre toda mi gloria en Egipto, y todo lo que habéis visto; y daos prisa, y traed a mi padre acá. 14Y se echó sobre el cuello de Benjamín su hermano, y lloró; y también Benjamín lloró sobre su cuello. 15Y besó a todos sus hermanos, y lloró sobre ellos; y después sus hermanos hablaron con él.
· El Espíritu de Dios guardó a David de aprovechar la oportunidad de matar al rey Saúl, que andaba buscándolo para matarlo.
(1 Samuel 24). 1Cuando Saúl volvió de perseguir a los filisteos, le dieron aviso, diciendo: He aquí David está en el desierto de En-gadi. 2Y tomando Saúl tres mil hombres escogidos de todo Israel, fue en busca de David y de sus hombres, por las cumbres de los peñascos de las cabras monteses. 3Y cuando llegó a un redil de ovejas en el camino, donde había una cueva, entró Saúl en ella para cubrir sus pies; y David y sus hombres estaban sentados en los rincones de la cueva. 4Entonces los hombres de David le dijeron: He aquí el día de que te dijo Jehová: He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como te pareciere. Y se levantó David, y calladamente cortó la orilla del manto de Saúl. 5Después de esto se turbó el corazón de David, porque había cortado la orilla del manto de Saúl. 6Y dijo a sus hombres: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová. 7Así reprimió David a sus hombres con palabras, y no les permitió que se levantasen contra Saúl. Y Saúl, saliendo de la cueva, siguió su camino.
8También David se levantó después, y saliendo de la cueva dio voces detrás de Saúl, diciendo: ¡Mi señor el rey! Y cuando Saúl miró hacia atrás, David inclinó su rostro a tierra, e hizo reverencia. 9Y dijo David a Saúl: ¿Por qué oyes las palabras de los que dicen: Mira que David procura tu mal? 10He aquí han visto hoy tus ojos cómo Jehová te ha puesto hoy en mis manos en la cueva; y me dijeron que te matase, pero te perdoné, porque dije: No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido de Jehová. 11Y mira, padre mío, mira la orilla de tu manto en mi mano; porque yo corté la orilla de tu manto, y no te maté. Conoce, pues, y ve que no hay mal ni traición en mi mano, ni he pecado contra ti; sin embargo, tú andas a caza de mi vida para quitármela. 12Juzgue Jehová entre tú y yo, y véngueme de ti Jehová; pero mi mano no será contra ti. 13Como dice el proverbio de los antiguos: De los impíos saldrá la impiedad; así que mi mano no será contra ti. 14¿Tras quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién persigues? ¿A un perro muerto? ¿A una pulga? 15Jehová, pues, será juez, y él juzgará entre tú y yo. El vea y sustente mi causa, y me defienda de tu mano.
16Y aconteció que cuando David acabó de decir estas palabras a Saúl, Saúl dijo: ¿No es esta la voz tuya, hijo mío David? Y alzó Saúl su voz y lloró, 17y dijo a David: Más justo eres tú que yo, que me has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal. 18Tú has mostrado hoy que has hecho conmigo bien; pues no me has dado muerte, habiéndome entregado Jehová en tu mano. 19Porque ¿quién hallará a su enemigo, y lo dejará ir sano y salvo? Jehová te pague con bien por lo que en este día has hecho conmigo. 20Y ahora, como yo entiendo que tú has de reinar, y que el reino de Israel ha de ser en tu mano firme y estable, 21júrame, pues, ahora por Jehová, que no destruirás mi descendencia después de mí, ni borrarás mi nombre de la casa de mi padre. 22Entonces David juró a Saúl. Y se fue Saúl a su casa, y David y sus hombres subieron al lugar fuerte.
· El Espíritu de Dios hizo que Esteban (el primer mártir del cristianismo) orara por todos aquellos que lo apedrearon hasta la muerte (Hechos 7:59-60). 59Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. 60Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.
Pero el ejemplo máximo de perdonar a nuestros enemigos viene de Jesús. Él mismo fue ejemplo de este principio para nosotros cuando, colgado en la cruz, oró diciendo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). 34Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.
Si la cruel tortura de la crucifixión no silencio la oración de Jesús por sus enemigos, ¿qué dolor, perjuicio, o maltrato injusto podría justificar que no oráramos por nuestros enemigos? Así como el Espíritu de Dios obró en las vidas de los individuos mencionados arriba, él te capacitara a ti para amar, orar y hacer el bien a todos aquellos que te odian y lastiman.
4. El perdón rompe barreras. Cuando elegimos perdonar, experimentamos la verdadera libertad.
(Colosenses 3:12-15) 12Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 13soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. 14Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. 15Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.
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